VIÑETA 436
Objeción
de conciencia
Jorge
Arturo Díaz Reyes, XII 13 2021
Soy médico y aficionado, sin contradicción. Como
profesional de la vida, el alivio y el consuelo (Hipócrates), la corrida, no me
culpa, me disculpa. No veo en ella sadismo, abuso, asesinato.
Veo piedad, contrición, catarsis.
No puedo acusarme, ni siquiera humanizando al toro e
incluyéndolo en justas reflexiones como las de Camus a los nazis: “El
que mata o tortura sólo conoce una sombra en su victoria: no puede sentirse
inocente.” Sí puedo sentirme inocente, porque, tampoco veo el toreo como
tortura, ni la muerte del toro y eventualmente del torero, como victoria.
Es más, cuando salgo de la plaza, me siento redimido de
la inmensa culpa contraída por mi especie, que ha masacrado por los siglos de
los siglos, y sigue masacrando en indefensión a cuanta vida puede (comenzando
por la misma humana). Cubriéndose siempre con su moralismo pragmático --Es para
comer, vestir, calzar, investigar, curar, vender, lucrar, dominar, celebrar, vivir...,
es por la familia, por la patria, por la causa, por Dios... ¡Por Dios!
Me niego a esa inocencia, no la quiero. Prefiero la
sinceridad de la corrida, ceremonia suprema de un milenario culto, que purga
simbólicamente, la pena heredada. En ella, el oficiante da la cara por todos a
un ser más fuerte, y en condiciones de igualdad, con arte, honor y un código
ético, le permite desarrollar su animalidad plena, batiéndose a vida por
vida con las armas que la evolución le dio para eso.
Sí, me duelen el toro, el hombre, la naturaleza y
la fatalidad que nos condena eternamente a la muerte y a luchar por evitarla
contra todo. Pero me reivindica que aún, así sea simbólica y ritualmente, podamos
representarlo con decoro, belleza y reverencia por nuestros competidores biológicos.
Como nieto, hijo, padre, abuelo de aficionados
comulgo con ese credo. Lo hago sin arrogancia. Sin adjudicarme inconsultamente la
vocería de los reinos animal, vegetal o mineral. Reconociendo el derecho de
otros a creencias distintas. No reclamándome depositario exclusivo de la verdad,
ni mucho menos obligado a emprender persecución o guerra santa contra nadie.
A los ataques de supremacistas morales, cruzados y
neo inquisidores antitaurinos, opongo mi objeción de conciencia.
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