VIÑETA 423
Jorge
Arturo Díaz Reyes, IX 13 2021
Antonio Caballero y el autor. Bogotá. Foto: Camilo Díaz |
Allá, en cambio, anunciaban una corrida poco usual. Un veterano lidiador solitario, -Esplá-, con seis toros en concurso de ganaderías (toristas). Además, -me avergüenza confesarlo-, nunca había presenciado una corrida en esa plaza.
--Sí-- contesté de inmediato.
--Bien, a las diez nos vemos en la Estación de Atocha, me dijo sin entusiasmo, con su voz grave de fumador empedernido.
--¿Vamos en tren? --pregunté.
--No, hombre, allí en la estación alquilaré un carro.
No tenía uno. Residía en una buhardilla del Madrid histórico. Anticonsumista vocacional, ni lo quería, ni lo necesitaba.
Así, era él, un joven de los sesenta, nieto de un general rebelde en la guerra colombiana "De los mil días" hace más de un siglo. Una vez, García Márquez confesó que para su coronel Aureliano Buendía había tomado rasgos de aquel abuelo combativo y siempre derrotado.
También es cierto que hasta que Cien años de soledad se publicó, el padre de Antonio, el hijo del general relatado en ella, era el más notorio novelista vivo del país. El boom le hizo sombra. De otro lado, Luis, el hermano, había muerto en París hacía unos años, cuando despuntaba su prestigio internacional de pintor diferente.
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