VIÑETA 424
El capote de Ortega
Jorge
Arturo Díaz Reyes, IX 20 2021
Juan Ortega con el 2ª en Sevilla. Foto (fragmento),
Pagés, Burladero TV
Ayer, cuando el trianero Juan Ortega se abrió
de capa, la Maestranza que lo esperaba con el ansia y quizá con la culpa de no
haberlo sabido descubrir durante los siete años que lleva como matador (tan
cerca y tanlejos), explotó.
Fueron seis verónicas y una media belmontina, cada una
coreada con el alma. Cada una ejecutada con ese aire personal, ese verter el
yo, que logra diferenciar un lance de los prodigados por todos en todos los
ruedos.
Y en este antiguo y asimétrico, por el cual como decía
Filiberto Mira, ha transcurrido la historia del toreo, donde Costillares,
Fuentes, Guerrita, Chicuelo, Gitanillo, Ordóñez, Paula, Curro, Morante… lo
interpretaron, tal como juraron los testigos entonces nadie más podía
interpretarlo. Cargando la suerte, meciendo el capote, parando el reloj,
soñando arreboles. ¿Cómo venir entonces a debutar en esta plaza que lo ha visto
todo, sorprenderla, extasiarla, hacerla crujir y desatar la música en el primer
tercio?
Pasó y fue el instante culmen de la tarde, que tantas
cosas buenas y malas deparó. Quedará en la memoria, de la corrida, de la feria
y más allá. Quizá fue como antes. Porque todo concurrió; la espera, la codicia
con que atacó y repitió el cinqueño “Entusiasta” con sus quinientos
cincuenta y un kilos y ese tranco de más. La lentitud, el temple, la suavidad,
la largura, la exquisitez, el abandono, la natural elegancia, la grácil certeza,
la evocación de lo trágico y lo festivo en un mismo gesto. El conjunto, el paso
adelante tras cada una, y ese final haciendo rotar la embestida sobre el cuerpo envuelto en la capa. Como en
las fotos del otro trianero, el telúrico.
Torear así, ahí, en esas circunstancias, haciendo uno
el sentimiento, la bravura, la vulnerabilidad del público, el significado, fija
la vivencia, la eterniza. No sé si habrá quien intente y de pronto pueda degradarla,
desguazarla, romper su encanto. Seguro lo habrá, nunca falta quien quiere prohibirnos
que las cosas nos resulten bellas porque nos gustan.
Luego de la primera vara, más. Cuatro chicuelinas y
dos medias tan graciosas, que a los viejos nos remontaron a Camino, cuando nos
hacía pensar; bueno, pero qué carajo es lo que tiene este que no tiene ningún
otro, cómo es posible que sea tan distinto, tan hondo y conmovedor.
Y puso también Juan punto final a la corrida con la
estocada de la tarde, frente al espada de la época, Manzanares, que había impuesto
dos formidables. ¡Ah! y también dejó ese brindis a los “Chicuelo”, pertinente, justo,
sobrio. El tiempo, la vida son una sucesión de momentos, el toreo también.
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