VIÑETA 413
Tenía que ser
Madrid
Jorge
Arturo Díaz Reyes, VII 5 2021
Es un lugar común. Esa
plaza desnuda. Se sabe. De ella nadie sale impune, ni puede alegar después
ignorancia como atenuante. Ayer aún menos. Era la segunda corrida en casi dos
años. La “de la cultura”. Encierro cinqueño de formidable trapío. Mano a mano
de toreros probados. Lleno en lo permitido, un incontable público televidente
global y encima sol.
Quién podría imaginar
que Antonio Ferrera no lo supiera cuando hizo lo que hizo. Despilfarrar
el lujo de sus tres encastados y la señalada ocasión para dar muchas vueltas de
tuerca más a la iconoclastia, forzando su coreografía goyesca, que tanto
crédito le ha ganado, más allá de las leyes de la gravedad torera. Priorizando
lo innecesario, negándose a la lógica, sacrificando la esencial en favor de lo
llamativo. Sobreactuando.
Esos redundantes faroleos
antes de los cites, esas distancias exageradas en la suerte suprema, ese voletear
al revés la suerte de varas, no a contra querencia sino a favor, desvirtuando
la prueba de bravura. Barroquismos que otras veces le han sido tan aplaudidos
por estar incrustados en lo fundamental; parar, templar, mandar, cargar la
suerte y ligar. Pero ahora no. Madrid no se lo perdonó.
Romper paradigmas es
tarea de revolucionarios, pero no todas las revoluciones triunfan, la mayoría
se disipan en retóricas y no logran validar sus nuevos dogmas. Que lo diga el
coronel Aureliano Buendía quien inició treinta y todas las perdió.
Por el contrario. Era
un duelo. Emilio de Justo. Clavado como estaca en su verdad. Se quedó
quieto, aguantó, trajo y llevó, las embestidas (aquellas poderosas embestidas),
a tiro de chacho (aquellos pavorosos cachos), con la muleta por el suelo, el
valor por las nubes y esa sorda estética de lo irrefutable. La que nos hace
decir cada vez que repasamos el teorema de Pitágoras ¡Qué bello!
Llevando el discurso
al sumun, ante la brava nobleza de “Duende”. Cómo llegaban hasta aquí,
al otro lado del mar, esos rugientes, unísonos, hondos oles de Madrid. Que una
vez más aclamaban sin pensarlo, apuro instinto, el axioma vertebral de que el
toro es más importante que el toreo pues a él esta supeditado.
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