miércoles, 29 de junio de 2016

LA PROCAZ REVERENCIA - VIÑETA157

Viñeta 157
La procaz reverencia
Por Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, 28 de junio 2016

Yo no sé si Charles Bukowsky presenció alguna corrida de toros. De pronto sus referencias taurinas fueron apenas literarias. O de pronto no. Vivió en Los Ángeles, visitaba Tijuana. No sé. Pudo ser. No importa.

Alemán-americano, existencialista tóxico y toxicómano. Alcohólico, nicotinómano, sexoadicto, jugador... Todo lo contó. Autodestructivo fracasado. Tardó setenta y tres años y no lo pudo lograr porque una leucemia senil se le adelantó. Métodos lentos. Andrés Caicedo, mi genial paisano escribió que más de veinticinco era una indecencia y lo cumplió se mató a esa edad con barbitúricos. Métodos rápidos.

Pero Bukowsky no tenía prisa, su obra es testimonio de que disfrutó sufriendo cada instante del irremediable camino hacia el fin, y que aparte de eso no se lo tomó jamás en serio. Lo dejó suceder.

Escritor, paupérrimo, desempleado, subempleado, sin hogar, feo, sucio, promiscuo, ignorado, despreciado. Descubierto viejo, célebre, admirado, idolatrado, imitado, plagiado y rico sin culpa.

Hace unos días, en la feria de El Retiro (Madrid) compré su libro “Mujeres”. Autobiográfico y sincero hasta la obscenidad, como todo lo suyo. En la página 169, narrando un viaje a Nueva York para una “lectura” (recital) de su propia poesía,  doy con este párrafo:

Las lecturas, me consumían. Te chupan el alma... Acabé una cerveza y empecė otra. Las lecturas a veces te proporcionaban un buen culo. Las estrellas de rock conseguían culos; los buenos boxeadores conseguían culos; los grandes toreros conseguían vírgenes. De alguna manera solo los toreros se lo merecían de verdad.

Despectivo (“todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras... no tenían nada que decir y pasaban por grandes escritores”) pero confeso admirador de dos o tres como Fante y Hemingway, contrajo quizá por vía de este último aquella extraña inclinación, a la cual su actitud ante la muerte seguramente le había predispuesto.

Claro, para él, solo los toreros se lo merecían de verdad. No el sexo, la reverencia, la ofrenda, qué es la que tras la procacidad consigna.

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