Viaje a Puente Piedra
Por Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, 26 de enero del 2016Foto: Jorge Arturo Díaz Reyes |
Son unos cuarenta y cinco minutos con tráfico normal, pero en las congestionadas tardes de sábado más de una hora, dependiendo qué tanto más de si se tiene o no un amigo como Juan Pablo Avilán, ducho en conducir con un ojo y una mano mientras con el otro y la otra controla el GPS de su teléfono al tiempo que habla de toros. --A trecientos metros, trancón –advierte, sin aminorar velocidad, zigzagueando en busca de atajos.
Llegados, la zona de parqueo es muy amplia, pero tiene cuello de botella. Para no perder el vuelo de regreso lo mejor es ubicarse temprano junto a la vía y salir no más doblar el último toro.
Pie a tierra, lo primero que se extraña son las zarrapastrosas agresiones antitaurinas. Por allá no van, el bus cuesta 3.800 pesos, (poco más de un euro) pero ni lo repitamos que no hay palabra ociosa.
Lo segundo a echar en falta, el aislamiento entre la multitud propio de otras plazas. Es como una fiesta campestre familiar, conocidos y no conocidos, amigos. Antesala con refrigerios, música y conversación torrencial. Toreros, ganaderos, aficionados, periodistas, notables, menos notables... y un aire de de cofradía, de reencuentro, de comunión.
Podría creerse por todo eso que la cosa tiene complicidad festivalera. !Qué va! Salen una tarde los Mondoñedo, otra los Guachicono y dicen sin decirlo que se pisa la plaza más seria del país. Hay que viajar a Puente Piedra, allende el reino de los exiguos 440 kilitos, para verlo. Es otra dimensión.
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