Clarito
Por Jorge Arturo Díaz
Reyes 6 de diciembre del 2014
Murió en Madrid, hoy hace veintinueve años. Vivió
noventa y seis entre las épocas de “Guerrita” y “Espartaco”. Estuvo antes y
después de Joselito, Belmonte, las plazas monumentales, el peto, la puya
tricorte, la espada de juguete, la penicilina, el tremendismo, el toro “destremendizado”, los veedores, la
selección del dócil, el utrero, el afeitado, la "bastarda simbiosis
crítica-publicidad", y el “más festival que fiesta”.
Testigo secular, a regañadientes, de cómo, lidia,
combate, arte, toro, toreros, públicos, plumas, modos, modas, normas, gustos... fueron
supeditándose al mercado. Íntimo confidente del toreo, guardián de sus cánones,
lo amó, lo pensó,
lo
defendió denunciando sus males, glorifiando sus virtudes, y
lo
hizo citando, describiendo, relatando, probando más que
predicando.
Cronista maestro, reverenciado y temido, jamás
escribió para la gran prensa. No lo necesitó. Desde sus medios de menor tirada,
“The Kon leche”, “Liberal” e “Informaciones” levantó su taurología. Ministro de
la república española (Comunicaciones 1934), dato político que aparece
minimizado en las biografías por su dimensión de crítico e historiador taurino.
En sus “Memorias” (1972), texto grandioso y obligado a
quienes pretendan afición y comprensión, deja que los hechos hagan la teoría...
Al bizarro “Pepete” glosar los quiebros del “Gordito”;
“Tú jases títeres”.
O el joven Luís Miguel, abrumado por la
espectacularidad, los efectos y los adornos de Arruza, preguntar al retirado
Belmonte –¿Qué puedo hacer yo ante todas
esas cosas?
Y al Pasmo responder –¡Pues torear! Que… que… es lo que no se ha hecho en toda la tarde.
César Jalón Aragón “Clarito”, riojano, pasó templada,
larga y lentamente por la fiesta iluminándola. Cuando el bravo, el valor y el
honor hayan sido extinguidos, podrán ser evocados en sus escrituras y el culto
vivirá.
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