José Blanco Robles “Blanquito”. Foto: Gestauro |
He leído las noticias, visto las fotos, los videos y analizado los comentarios. Ceremonia, reverencia, en el Hotel Alfonso XIII de Sevilla. Entró al salón, hierático, frente alta, soteniéndose del brazo de Morante de la Puebla. Seníl sí, pero majestuoso. Sin querer, como siempre, brilló entre todos los notables. Su discurso de agradecimiento fue leído por un portavoz. “He intentado hacerlo todo de verdad y no engañar a nadie; ni a mi mismo”.
Y yo a la distancia enterándome y conmoviéndome, volví a mis recuerdos y a ese largo monólogo que sostuvo frente a don Antonio Burgos (qepd), su merecido biógrafo, quien para gratitud de la posteridad lo editó, lo transcribió y lo publicó con un título justo: “La Esencia”, hace 24 años. Uno de los grandes textos de la literatura torera, que con todos los honores puede reposar junto al similar “Juan Belmonte, matador de toros” de Chaves Nogales. Por lo menos en mi humilde biblioteca y en mi sentimiento lo está.
En él, sabio y sencillo, sincero y modesto, con su lenguaje de pueblo andaluz, Curro se cuenta todo, con “luces y sombras”. En la página 122 (de las 400), habla de Blanquito y se define con el relato:
Blanquito era un hombre tan enamorado del arte, que su padre, conserje de la Plaza de toros de Sevilla” y muy gallista. Le dijo de niño:
—¿Y tú de quién eres partidario? ¿De Joselito o de Belmonte?
—Yo, de Belmonte.
—Belmonte…
Y fue el padre y le pegó una guantá, porque el padre era de Joselito(…)
Y Blanquito cuando me vio a mi torear, me dijo:
Y cuando Blanquito le habló de mi le dijo:
—Te voy a llevar un torero que torea de cadera a cadera…
Y me decía:
—Mira la carta que le voy a poner a un periodista que es bueno en Colombia…
Blanquito se llamaba José Blanco Robles, después de haber ido (banderillero), aparte de conmigo, con Domingo Ortega antes y luego con César Girón. Murió en el 68.
Blanquito había querido ser torero y me hablaba siempre de como toreaba Curro Puya.
Quizá mientras le homenajeaban esa tarde, por la vieja memoria de El Faraón revoloteara de nuevo el fantasma del que tanto influyó para que él llegase a estar allí.