Viñeta 400
Ética Tauromaquea
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali abril 5 de 2021
Busto de Alejandro Magno (Fragmento), British Museum. Foto: Wikipedia
En últimas, el asunto de la tauromaquia es ese… “de cómo viven los hombres”. Asunto variable que definió Aristóteles en su “Nicomaquea”, y que se hizo base de la ética hoy llamada “occidental”.
Relativa. Tanto, como lo implica su moderna y caprichosa demarcación geográfica. Una ética occidental presupone una oriental y una norteña, y otra sureña y quizá muchas intermedias.
¿Pero dónde comienza y dónde termina el occidente de una esfera girante? Según dónde nos paremos a ver la salida y la puesta del sol. Para los europeos este nace por Asia (oriente). Para los americanos por Europa (oriente). Para los asiáticos por América (oriente). Y el ocaso, a viceversa para todos.
Colón que sabía la redondez, para ir a oriente navegó desde Palos hacia occidente, sentido contrario a Marco Polo que por tierra buscó lo mismo y lo halló. Tras ellos, Europa, se hizo referencia universal del espacio y el tiempo, con su meridiano de Greenwitch, paralelos y tal. Manes del Imperio.
¿Entonces, dónde comienza y termina la ética occidental? Aristotélicamente hablando eso depende de la ubicación, la persona, la cultura y la circunstancia. Todo eso afecta el significado de virtud y el camino hacia la felicidad por el buen proceder. La escala del bien y del mal que rige a cada trance, instinto y razonamiento, herencia y aprendizaje. No matar, matar por la bandera. No robar, robar por la economía. No mentir, mentir por la causa…
El toreo de su parte, viene de más hondo. Se puede ser hombre y torero; con miedo y con valor; con fantasía y verdad; con debilidad y honor. Se puede ser libre del placer fatuo y esclavo del deber peligroso. A sabiendas de que el bien propio es menos que el colectivo. Siendo capaz de oficiar el sacrificio y morir por lo que se ama. Así sea tan solo por honrar la fiesta del pueblo.
Antes que huir, parar, aguantar, incluso consentir la cogida, exigía Pedro Romero en la vieja Escuela de Sevilla. Y Aristóteles en la suya decía: más valiente quien conquista sus deseos y temores que quien conquista sus enemigos.
Pero ni su más brillante alumno; Alejandro, joven desaforado, que enfrentó venciendo desde su poderoso padre y ejércitos enormes hasta fieros leones lo consiguió. Creo que sí algunos toreros. Al menos durante sus faena