lunes, 1 de septiembre de 2025

EL CREDO DE JUAN - VIÑETA 577

 
VIÑETA 577
 
El credo de Juan
Jorge Arturo Díaz Reyes 1 IX 2025  
 
Bayona (Fr). Juan de Castilla camino de la enfermería. Foto: Philippe Gil Mir, Mundotoro
El paisa Juan de Castilla, camino de la leyenda, ha engarzado una cuenta más en su rosario de gestas. Desde la primera, la más grande. Nacer donde nació y sobrevivir donde sobrevivió, no dejándose arrastrar como tantos por el turbión de la violencia y el vicio, prefiriendo el imposible camino de hacerse torero en una ciudad que apostataba del toreo.
 
Torero de arte, valor y honor, que llegó a subyugar entre otros, a su temprano mecenas y paisano, el pintor Fernando Botero. Quien pronto lo dejaría huérfano y jmigrante, buscando ser profeta fuera de su tierra. Por ahí llegó a la dura brega del escalafón español, teniendo que trabajar como buen proletario para comer y apuntalar su sueño. Respondiendo a cualquier desafío. Estando siempre “pa las que sean” como se decía en las cruentas calles de su infancia.
 
Igual para Cenicientos que para Madrid, igual con las duras que con las más duras, igual con una corrida cada seis meses que con dos el mismo día, a mil kilómetros de distancia. Como el 19 de mayo del año pasado; Vic-Fezensac por la mañana, concurso de ganaderías, y volando, por la tarde miuras en Las Ventas. Siempre listo, siempre a todo, siempre a por todas.
 
Igual anteayer en Bayona (Francia), por la oportunidad, un solo toro malgeniado de Arauz de Robles, que le infirió dos pavorosas coronadas, en la ingle y el periné, de las cuales se levantó digno, sangrando mucho, (según crónicas fotos y videos), para matar frontalmente al agresor, cortar la oreja triunfadora, y llegar por su propio pie a la enfermería donde cayó. Amaneció entre estupores anestésicos, balbuceando que quiere salir de nuevo al ruedo en Dax y Madrid, sus próximos retos.
 
De una, vivir o morir en su credo. Ese que adoptó, en Medellín; el toreo es peligroso, mortal, como también los son el sedentarismo, el sexo libre, y hasta el asistir desprevenidamente a un restaurante, la escuela, el hospital o un almacén, como nos recuerda el terror coentemporáneo.
 
Todo lo es, tomar el tren, cruzar la calle, beber un vaso de agua. La muerte acecha cada gesto humano. Muerte y vida son consubstanciales no existen la una sin la otra. Lo sabemos desde siempre, inciertos, afligidos por la fatalidad.
 
Todos moriremos. La diferencia del torero, de este torero, es que lo asume, lo ritualiza, lo demuestra y le da significado. Morir también pude ser digno, un acto de fe, ceremonial, oficiando una liturgia, con lealtad frente a la fuerza de la naturaleza, respondiéndose:
 
¿Si he de volver al polvo por qué no hacerlo en medio de una fiesta?
¿Si es inevitable, por qué morir desconsolado, implorante, acobardado?
¿Si puedo matar un animal, por qué no tener la decencia de aceptar que él también me pueda matar?
 
Ese viejo credo que Juan profesa desde niño, cuando escogió entre la pistola y la espada. El del honor.