lunes, 7 de abril de 2025

ARTE Y PARTE - VIÑETA 563

 
VIÑETA 563
 
Arte y parte
Jorge Arturo Díaz Reyes 7 IV 2025 
Pintura rupestre, Altamira España, 13.000 a 36.000 años. Foto: Scribd
El arte es parte de la vida, pero no es toda la vida, como es parte de la “Fiesta”, pero no es toda la “Fiesta”.
 
Desde antes de la historia en las protorreligiones cavernarias, el toro fue deidad, culto, mito, rito (Mircea Eliade y muchos otros). Luego, cultura tras cultura, imperio tras imperio: Babilonia, Egipto, India, Creta, Grecia, Roma, Europa mediterránea toda, y el llamado mundo hispánico (cuatro continentes) agregaron sus versiones.
 
Hoy la corrida moderna, su ceremonia culmen, perseguida ideológicamente, sobrevive acorralada en nueve países. De norte a sur: Estados Unidos (huellas), Francia, España, Portugal, México, Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú. Aunque fieles y peregrinos hay en casi todos los otros, si no en todos.
 
En este tiempo de máxima globalización, intolerancia cultural, barbarie tecnológica y política, cuando la ancestral tauromaquia pretende ser borrada de la historia humana, y su animal sagrado extinguido de la faz de la tierra (en aras del “animalismo”). Muchos de sus cruzados no encuentran más recurso que levantar el arte como escudo.
 
No se nos puede aniquilar, alegan, porque “somos arte”, y agregan los más exclusivistas… “arte español”. Sí, lo somos, arte, y universal además. Arte de torear, como tituló Pepe-Illo su histórico manual técnico (1796).
 
Pero la tauromaquia es más. Culto primero, luego cultura y todo lo que allí acumula; sentido de la vida, ética, moral, valores, tradición, identidad, ecología, trabajo, dignidad, libertad y derecho (humano, hay que aclarar ahora).
 
Esa concepción monocular esteticista del toreo como arte, solo arte, da pie por un lado a tergiversar el significado del arte mismo, y por otro el de torear. Único en su esencia ética.
 
Reduciendo ambos al estilismo, lo bonito, el primor, el manierismo, el preciosismo, la retórica, la artificialidad, la impostura, el histrionismo, la pose, el performance. Más que ser torero parecerlo, rezan. Y hasta los disfrazan. Sí, bueno, parecerlo, pero primero serlo de verdad, igual que aficionado, crítico, persona, humano.
 
Pues por esa inclinación al “qué belleza, solo verle hacer el paseíllo paga”, se puede bajar a la postración, al no toro, la frivolidad, la “morigeración”, el transformismo, la liquidación, el escape del ruedo a la pasarela, y el aplaudir todo eso en pie con la yema de los dedos.
 
O a ir de la Tauromaquia a la Batracomiomaquia, batalla de los ratones y las ranas, sátira que compusiera Homero, Pigres, algún poeta alejandrino, no se sabe quién, parodiando la epopeya de la Ilíada.