VIÑETA 565
Aranceles
Sobra decir que los aranceles no se los inventó Trump. De hecho, la
independencia de los Estados Unidos empezó por el rechazo a los impuestos por
el Imperio Británico a la importación del té. Pero sí debemos reconocer que Donald
los ha vuelto a poner más de moda que nunca. Hoy, todos en el mundo hablamos de
ellos como expertos. Y alegamos, qué porqué a este no y a este sí, que porqué acá
no y allá sí, qué porqué hoy sí mañana no, qué porqué si éramos tan a amigos, qué
porqué bla, bla, bla… Bueno, pues porque poder es poder, y el arancel es una de
sus expresiones.
Sin embargo, entre tanta experticia arancelaria no creo haber oído a
nadie revindicar que la Fiesta de los toros, la más antigua, la más culta, la
que lo contiene todo (alegóricamente hablando), fuera primera en ellos y los haya
transportado desde antes del diluvio hasta su versión actualizada, la corrida moderna,
que según datos abarca ya unos cuatro siglos, XVIII a XXI.
Y no me refiero solo al cobro de más en sus intercambios económicos; impuestos
gubernamentales, alquiler de plazas, precio de los toros, honorarios y derechos
de los toreros, costo de las localidades, etc…
Me refiero a los intangibles que se cargan al valor del toreo en sí. A
la dificultad, el riesgo, la destreza, el acierto, la integridad, la ética, la
estética, la vida y la muerte…, por parte de quien se designa para ello; el
presidente de la corrida. Quien interpretando a libre albedrío el reglamento y
el deseo de los contribuyentes, impone o no sobreprecios a las faenas.
Estos colegas de Trump, (presidentes todos, guardadas proporciones) le
han precedido incluso en su célebre estilo; a capricho y sin explicaciones.
Por ejemplo, ayer en Arles (vía TV), la corrida de Jandilla para lo que
se llamó “el cartel estrella de la feria” salió codiciosa, exigente, brava, en
el decir general. Algo blanda, algo dura. Algo noble, algo innoble. Algo a más,
algo a menos. Pero de verdad, libre de abyecciones artísticas. Además, ráfagas
de viento azotaban el bimilenario ruedo flameando capotes y muletas. Todo eso
cotizaba el quehacer de los matadores, su estar en jurisdicción de cacho, su brega,
su miedo, su apuesta.
Al final, con las dos orejas, del primero, el tercero y el quinto, los tres
toreros se fueron a hombros. Y la gente, mucha, contenta tras ellos. No hubo
conflicto entre palco y tendido. Valga decir, hubo complicidad. Incluso en
cosas como eximir de aranceles un espadazo trasero y sangrante, minutos después
de haber aplicado al menos el 245% a la estocada de la tarde que coronó una
faena veraz al toro más renuente. Pero bueno, en democracia, y la Fiesta lo es
más que ninguna, a los presidentes los eligen para eso. Gústenos a uno más a
otros menos.