VIÑETA 539
El Camino de Cali
Paco Camino último
paseíllo en Cali. Enero 2 de 1977. Foto, Archivo
Tras el tópico la esencia. Erigió aquí una
iglesia que pervive, la caminista. Fue desde que apareció en el ruedo, entre
Gregorio Sánchez y Jaime Ostos el 29 de diciembre de 1960, recién cumplidos los
veinte años, para enfrentar santacolomas de Ernesto González. Le vi. Luego
siempre. Vino a once ferias, toreó 36 corridas, cortó 30 orejas, un rabo y ganó
tres veces consecutivas el trofeo Señor de los Cristales. Después no lo quiso
más.
“Niño
sabio” le llamaban, por ese innato entendimiento de los toros y la facilidad única
con que sorprendió a todos, cuando iluminado desistió de ser aprendiz de
panadero para torear. Ídolo insoslayable y tonante. Salpicó la estela de
triunfos que dejó en Cañaveralejo con impías rechiflas y sacrílegas protestas,
provocadas por él mismo como para poner a prueba la firmeza de su feligresía.
Con
dos toros, que convirtió en leyendas locales, dejó imprimadas en la arena de
Cali los extremos de su personalidad. El uno, “Sangreazul” de “Las
Mercedes” (santacoloma), número 39, cuarto el 30 de diciembre de 1963. Declarado
a la postre mejor de aquella temporada. Negro mulato, cornicorto, bravo, con el
que creó la más bella de sus obras en esta plaza y quizá de todas las hasta hoy
en ella. Glorificada con una estocada caminera. Le cortó las dos orejas y el
rabo. Alternaba, “Corrida del toro”, con Manolo Zúñiga, Diego Puerta, El Viti,
El Cordobés y El Caracol.
El
otro, “Lobito”, también santacolomeño, del ganadero español Félix
Rodríguez Antón. Salió de regalo el primero de enero de 1971. Pretendiendo
revertir una bronca de autor. Bravísimo en todos los tercios, también premiado después
como mejor de la feria. Corriendo hacia atrás, Paco cayó a merced del encelado
que le corneó fiero ante el desespero de su hermano Joaquín. Quien en la pelea
recibió un puntazo. La faena fue fragorosa, emocional y a más, hasta desembocar
en petición generalizada de indulto, concedido. Entonces, Camino herido, desabrochado
y soberbio, desoyendo a todos le mató de través. Antes de irse a cirugía, dejando
al viejo ganadero lloroso y a la repleta plaza desolada en pleno añonuevo.
Muchas
faenas de diferente sino dejó. Para la grandeza de su tauromaquia está la
historia, para su arrogancia el perdón y para mi afición, esta visión...
En
los medios, bajo el sol, recto, frontal, sereno, capote delantero, a dos manos,
trayendo al costado la embestida. Templado, lento, abandonado; el codo de
salida a la altura del hombro, (--Como bailando sevillanas –que decía
“Chicuelo”), la cabeza leve al embroque, y la mano suave desplegando la tela
tras el cuerpo, mientras la contraria retenía la otra mitad a media altura
permitiendo que el tenue y lento giro vertical sobre los talones lo envolviera
en percal y toro, dejándole de nuevo en suerte. Todo con una exquisitez,
delicada, sutil. Sublimando el ataque bruto en espíritu de la estética torera.
No siempre la hizo igual, pero así la conservo. Deleite, buqué, éxtasis del
arte fugaz...
Le
vi torear por última vez, sienes canas, treinta kilómetros más allá, en Palmira
Colombia, enero 6 de 1981, con su amigo Pepe Cáceres y El Bogotano, por cierto.
Pero a qué tanta exactitud ahora, si él ya, libre del tiempo y el espacio es tan
solo una imagen discrecional, ubicua e inasible…
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