HISTORIA DE BARBARIE - VIÑETA 537
VIÑETA 537
Historia de barbarie
Jorge Arturo Díaz
Reyes 2 VII 2024 Yihadistas
destruyen estatuas milenarias en el museo de Mosul, Irak. Foto: ABC Hace pocos días destruyeron una estatua de César
Rincón en Colombia (Duitama). Y por la mofa, y agravio con que lo hicieron podría
creerse que fue solo un incidente, un aislado desmán de gamberros. Pero no, fue
un acto oficial, planeado, sustentado e imposible de no asociar con un largo historial
de odio. Para empezar, diez años atrás el Museo Taurino de Bogotá fue arrasado durante
la alcaldía del hoy presidente de la república Gustavo Petro.
Que, dicho sea, no ha sido el único político en
cuyo turno pasaron tales cosas. No. Han sucedido antes, en tiempos de sus
antípodas ideológicos. Hace 27 años la estatua de Pepe Cáceres en la extinta
plaza de toros La Macarena, había sido despedazada y arrojada al río Medellín. Presidía
el país Ernesto Samper. Ahora y desde 2016, primera alcaldía de “Fico”
Gutiérrez, los toros están vetados allí.
En la misma ciudad, donde (1991) un carro bomba había
explotado a las puertas de la Plaza, minutos después de terminada la octava
corrida de la feria. “En una amplia área quedaron esparcidos los cadáveres,
los heridos y los restos de los vehículos destruidos” (El Tiempo). Era
presidente César Gaviria.
Hace siete años, otra bomba letal estalló frente a
la Plaza de toros de Santamaría, en día de corrida poco antes del sorteo.
Inmediatamente, sin mediar investigación alguna, el alcalde Enrique Peñalosa
del partido “Verde”, quien desde su posesión había manifestado: “Si me
obligan a dar las corridas seré el primero en salir a protestar”, declaró
que los autores no eran antitaurinos. Como muchos desprevenidos concurrentes, estando
muy cerca sobreviví por casualidad a estos “no antitaurinos”.
Allí mismo, en esa misma temporada, se habían
producido violentas asonadas contra las corridas (también escapé de ellas por
los pelos). Transcurría el segundo período presidencial de Juan Manuel Santos.
La lista de agresiones, vejaciones y violaciones impunes
a los derechos de la afición taurina. Legítima y definida por la Ley 916 de
2004 como “expresión artística del ser
humano”, podría ser interminable. Quizá estos pocos hechos recordados bastarían
para dar una idea de la genealogía.
Pero como para completar, hace un mes, tras muchas
intentonas fallidas, durante las cuales el debate se caracterizó por un
lenguaje injurioso, discriminador, plagado de clisés, descalificaciones
moralistas y santurronería, similares a los de las bandas asaltantes y los insultos
murales, el Congreso, con votaciones aplastantes pluripartidarias (100 a 5 y 93
a 2, en Senado y Cámara respectivamente), aprobó la ley de prohibición a la
tauromaquia.
Prohibición que quitó el derecho, la razón y la legalidad
a los perseguidos, para darla a los persecutores. Valga señalar qué hasta ese
momento, era esta, la primera y única reforma que el parlamento le aprobaba al ejecutivo.
Las demás urgentes, laboral, pensional, judicial, de salud…, por las cuales votó
el pueblo, habían sido atajadas con saña. Solo en esto coincideron gobierno y
oposición, ahí están los números. Solo en la causa “animalista” para extinguir los
toros en todo el territorio nacional. Lo demás les era lo de menos.
La reciente infamia en Duitama y todo esto me trae
una frase de Antonio Caballero escrita hace 32 años, tras una de las muchas
apoteosis de César Rincón en España: “Si todos los colombianos asumiéramos
nuestros compromisos como César Rincon asume los suyos, nuestro país sería
mejor.” Hay que ver.
Destruir monumentos, museos, quemar libros, perseguir,
agredir, criminalizar pensamientos, creencias, arte, tradiciones, recortar
libertades, matar, aniquilar especies…, han sido armas de todas las ideologías.
Alegar con intención proselitista cuál más cuál menos, es hipócrita.
Los antitaurinos colombianos, desde los extremistas
hasta los legisladores, pasando por los callados complacientes, no han hecho
más que sumar su presunta “superioridad moral” a la de los que también “luchando
contra el mal” incendiaron la Biblioteca de Alejandría, borraron las culturas
americanas precolombinas, o destruyeron, no ha mucho, las milenarias estatuas
de los toros alados en Irak. Es la historia universal de la barbarie. Siglo
XXI, seguimos en ella.
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