Viñeta
357
Lidiar o morir
En circunstancias
extremas, reacciones humanas extremas. A límite, lo mejor y lo peor de la gente
aflora. Fisiológico; la adrenalina toma el control. El cuerpo amenazado se
dispone a la defensa o al ataque. Lo instintivo desborda lo racional y el mono
desnudo sale de su recién adquirido ropaje mostrando los colmillos.
El hambre mortal
induce al despojo, al asesinato, al canibalismo. El pánico a la estampida, el
atropello, el aplastamiento de los débiles y los caídos. La regresión, al
saqueo, la violación, la masacre. No es necesario citar ejemplos. ¿O sí? De
balsas de náufragos, de multitudes huyendo, de hordas al asalto…
Pero aun en estos
trances, pese a la gran fuerza interna de la biología (millones de años
evolutivos), lo humano lucha por modular el comportamiento. Desde el hipotálamo,
los civilizados reflejos autorrepresivos (no tanto la razón, que frecuentemente
sirve a lo inhumano) luchan por oponer al desafuero contención, piedad, honor.
¿Vale otro ejemplo? El toreo.
Es una circunstancia
extrema. En inferioridad física, un hombre armado solo con un trapo y un
estoque de juguete, limitado por unos códigos éticos y estéticos, debe, ante
una multitud de testigos-jueces, ofrecerse, someter al toro y a su propio
miedo. No solo con decencia sino con belleza, y apenas en la suerte final
atacar, pero de frente, dejándose ver, cruzando armas y a vida por vida.
Esta pandemia, que
ha causado una crisis global sin precedentes (extrema), exige al toreo su
palabra. Enfrentarla como es, con sus propios recursos y cánones, y si ha de
morir en ella, que sea en su ley. Ahí está su historia reclamándolo.
Y cuando hablamos
del toreo, hablamos de todo cuanto significa. No solo de lo pertinente al
espectáculo-negocio-industria, que junto a la política (partidismos) parecen
por estos días las únicas preocupaciones de los analistas. Claro, el empleo, el
dinero, el poder importan, mucho. Y más el ejercicio de la libertad, la
igualdad y la legalidad.
Pero antes importan,
la identidad, el ser, los principios que no pueden encomendarse a las desesperadas
peticiones de ayuda ni a “salvadores” de ocasión. Si la tauromaquia sobrevive a
esta calamidad, y seguro que lo hará, como lo ha hecho por milenios frente a
muchas otras, lo tendrá que hacer como antes, por sí misma, unida y sin vender
su credo...
Sin plañir,
incordiar ni rabiar. Actuando sobre la realidad, adecuándose a ella.
Reiniciando con lo que hay: La afición, los toros, los toreros, la
infraestructura. La corrida de pago televisada. Las magras concurrencias que
permita la salubridad. Los costos acordes a los reducidos ingresos. Y la cuota
de sufrimiento repartida con justicia entre cada uno de los que quieran seguir
manteniendo el culto.
Si para ello los
taurinos de hoy requieren inspiración, les convendría mirar atrás, abrir el
Cossío y releer como lidiaron con la adversidad todos los que sacando lo mejor
de sí honraron por siglos la fiesta y la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario