Viñeta 284
*Lo Kitsch en el toreo XXI*
Por Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, diciembre 25 de 2018
Juan Carlos Gómez y Juan Bernardo Caicedo. Fotos J.A. Díaz |
Mañana comienza la temporada colombiana con los números más bajos del siglo y muchas décadas más. Doce corridas de toros, dos novilladas, dos festivales y pare de contar.
Dieciséis festejos en plazas de primera; Cali seis. Manizales siete (única que no recula). Bogotá tres. Hace veinte años las mismas daban 35. Sin sumar las entonces activas: Medellín, Cartagena, Palmira, Popayán, Armenia, Ibagué, Duitama, Sogamoso, Cúcuta, Pereira y otras muchas menores, con las cuales la cifra sobrepasaba los 150 espectáculos taurinos.
Para tan veloz repliegue no hizo falta ninguna prohibición. Imposible, además, pues la tauromaquia es una expresión artística tradicional del pueblo colombiano, protegida por la constitución, la ley (916 de 2004) y las autoridades civiles y policiales, que honran su juramento.
La procesión va es por dentro, y sin desconocer los muchos factores ambientales hostiles, como aficionado y médico viejo creo que hay que centrarse con el paciente y no buscar la fiebre en las sábanas.
Aquí, la fiesta está cómo está por un desajuste interno grave de su metabolismo, su nutrición y su sistema inmunológico. Sus atractivos fundamentales (toro y toreo) languidecen a ojos vistas. La ingesta (entradas) encarece y decrece. La circulación (público) se limita. El flujo mayor (pueblo) se infarta en la taquilla. Las defensas (afición, tradición, arraigo cultural, apoyo político) se debilitan. La belleza se marchita y la salud desmejora con amenaza terminal.
No es alarmismo. Esta sintomatología la conocen todos, y la resienten a diario, de una manera u otra; empresarios, ganaderos, toreros, periodistas, aficionados… ¿Pero hasta dónde cada uno de ellos está dispuesto a donar sangre para restablecer la homeostasis? Hé ahí la cuestión.
Mientras tanto, las plazas capitaneadas por los tenaces Juan Bernardo Caicedo y Juan Carlos Gómez, resisten tratando de suplir cantidad con calidad. Entendiendo seguramente que, como dijo Antonio Bienvenida (creo), arte es todo lo que queda cuando se quita todo lo que sobra.
Minimalismo, renombraría luego el filósofo Wolheim a esa vieja teoría de sacrificar lo superfluo para conservar lo esencial, que no pocos entienden al contrario.
Esta pequeña temporada grande colombiana, que ha sacrificado ya muchísimo, sale a ganar su apuesta por lo esencial. Debe hacerlo para no morir. Lo necesitamos y lo deseamos de todo corazón, hoy, día de los deseos felices.
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