VIÑETA 51
Paths of glory, pintura 1917. Autor: Christopher R. W. Nevinson, Wikipedia |
Parecía un planificado contraataque a la campaña de vacunación que alcanzaba entonces al 50% de la humanidad. Las avanzadillas de la nueva ofensiva fueron avistadas el martes 9 de noviembre de 2021 por la Red para la Vigilancia de Sudáfrica en la República de Botsuana. Sitio no precisamente débil en la línea defensiva. Uno de los países con más rápido crecimiento económico en el mundo y con mayor ingreso per cápita, inversión en salud y educación del continente.
Sin embargo, como un ejército de refresco, la variante del Covid 19, atacó y siguió de largo a paso redoblado, desplegándose por todos los frentes y por todas las vías. Preferentemente aéreas, globalizándose con una rapidez que superó en mucho la de las anteriores andanadas y metiendo miedo.
Diecisiete días después, la nueva fuerza agresora, fue declarada “variante preocupante” y se la designó con la letra griega Ómicron, saltándose del alfabeto las letras “Nu y “Xi” para evitar confusiones etimológicas o xenofóbicas que azuzaran los muchos conflictos internos en el campo humano.
La “preocupación” surgía del armamento de largo alcance y destrucción masiva que portaba la nueva ola. Múltiples mutaciones; treinta y dos de ellas en las proteínas de las espículas, las cuales aumentaban su resistencia y efectividad.
Informes inteligentes alertaban sobre la mayor velocidad de contagio, incluso en personal blindado, veterano de previas infecciones por SARS-CoV-2. Pronto, las estadísticas mundiales corroboraron que Omicron avanzaba como en un klitzbrieg.
El censo de víctimas se disparó en 90 días, de 271 millones acumulados en los dos años anteriores, a 460 millones detectados el 15 de marzo del 2022. Aumento vertical en corto lapso que pudo convertir la preocupación en pánico, a no ser por un dato alentador. Más heridos, pero relativamente menos muertos. El índice cayó del 2% al 1.3% en el mismo breve período.
Quizá no por benevolencia enemiga, sino porque de alguna manera las vacunas contrarrestaban la gravedad de los ataques en las poblaciones más vulnerables (viejos) que habían sido reforzadas. Ahora, pese al saboteo quintacolumnista, negacionista, y anticiencia, el invasor se repliega. La curva se aplana. Se gana terreno y los deseos de normalidad comienzan a casar con las evidencias.
Bueno, ¿y que tiene que ver esto con los toros? Todo. Las ferias han reaparecido, el público se retrata en las taquillas, las figuras hibernantes salen a competir con los que aguantaron la parada, se abren puertas grandes por doquier, y los antitaurinos retoman su intolerancia.
Ghebreyesus acierta, esta otra guerra mundial que ha cobrado seis millones doscientas mil vidas, acaba. Despertamos de la pesadilla…, pero la muerte sigue ahí.