VIÑETA 592
Cali, Rincón y Bolívar
Cañaveralejo antes.
Foto: Historia
A cuatro
días de la Feria. Penúltima, según Ley 2385. La Plaza de toros de Cañaveralejo,
ahora llamada con el comercial mote, “Arena Cañaveralejo”, (hasta el
nombre le han cambiado). Semioculta por el gran “Mall” levantado sobre
sus antiguos terrenos periféricos, (parqueaderos), ya no luce como otrora desde
la distancia, ese orgulloso trapío coronado de banderas al viento.
Ya no a lo
lejos. Como antes, cuando desde los cuatro puntos cardinales la multitud confluía
fervorosa por las avenidas: Quinta (sur y norte), Roostvelt (oriente) y
Guadalupe (occidente). Ya no se le puede, ya no se le podrá volver a ver así.
Ya desapareció esa postal, como tantas otras de la ciudad bajo el avance del
esnobismo utilitario y enladrillador. Sin embargo, y pese a haber perdido para
siempre aquella estampa de invicto navío en lontananza, sigue ahí. Aunque hoy retraída,
avejentada y ofrecida para cualquier cosa. Qué le vamos a hacer.
Ahí arrinconada,
la casi setentona parece rumiar apenada los recuerdos de su bella, soberbia y torera
juventud. Cuando emblema de la ciudad, admirada por todos y requerida por los
más cotizados andantes de capa y espada, era el corazón de la fiesta. El ruedo
de las gestas. La copa de los añonuevos. Cuando la fiesta eran los toros, que corrían
en ella de noviembre a enero. El toro de Cali, decían.
Pues del próximo
viernes 26 al martes 30 sus
recuerdos resucitarán. Más que un simple dejá vu. Cañaveralejo,
fugazmente volverá a revivir lo que era, lo que no debería dejar de ser, aquello
para lo que la hicieron; Plaza de Toros. Volverán el sol, el rito, la liturgia y el ole prohibido. De nuevo, la monumental,
será epicentro de la feria que fundó. Y dos hombres, dos toreros de distinta
época, que desde niños comenzaron en ese ruedo a erigir sus propias leyendas, encabezarán
el paseíllo.
César
Rincón y Luis
Bolívar. Ambos sobrevivientes a bravías carreras. El uno, bogotano, histórico,
universal, ídolo qué a 18 años de su retiro se reencuentra en festival con la
ciudad, con su país y con toda una generación de aficionados que no alcanzó a
compartir su gloria y que agotará el papel, para de allí en adelante tener el
privilegio de contar, yo también le vi torear.
El otro, el
paisano, producto de la plaza, alumno de su escuela, de la que salió para
Madrid y el mundo. Múltiple triunfador del “Señor de los Cristales”, y esta vez
triple hacedor, como empresario, apoderado y torero, sin duda el más importante
de Colombia, desde la retirada del primero.
Dos tiempos,
dos recias tauromaquias, dos preferidos. No fueron rivales. No alternarán. Pero
ambos, mano a mano, abrillantan la internacional e irrefutable cartelería (lidiadores
notables de seis países distintos, frente a toros colombianos, todos). Su
coincidencia enmarca de lujo esta temporada corta, pero intensa, testimonial e inolvidable,
para una afición que debe contestar a la ilegalización con su masiva presencia.
Cómo antes de
las deserciones, la minimización, el declive, y la condena. Cuando junto con
Pamplona (España), esta, la de Cali con sus llenos permanentes, era la plaza de
mayor ocupación en el mundo. No llenarla sería dar la razón a los perseguidores
de su culto, a los aniquiladores del toro, que imponen su verdad sobre la
verdad misma.

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