VIÑETA 557
Taurocracia
Toro de lidia
(Tordesillas). Foto: Josemanuel, Wikipedia
Las ferias de Valdemorillo (terminada), Olivenza, Valencia, Madrid
(rematadas), y la de Sevilla solo a espera de ajustar detalles, cantan ya la
partitura de lo que será toda la temporada española 2025.
Tradición. Se mantiene la constante instaurada por el revolucionario siglo
XVIII. Cuando los hermanos Romero, (Pedro, José, Juan y Antonio), junto a Costillares
y Pepe Illo, no daban lado en los festejos mayores. Igual que no lo daban hace
más de un siglo, Joselito, su hermano Rafael, Belmonte y Gaona. Hoy, las seis
figuras en boga: Morante, Roca Rey, Manzanares, Talavante, Luque y Castella también
copan las ocasiones grandes, pero ademas las medianas y no pocas de las menores.
Tampoco dejan lado.
El resto: retirados de regreso, ex figuras de caduca vitola, aspirantes
retadores, talentos errantes, toricantanos incógnitos…, que se acomoden como
puedan. Bien reza la definición: Ser figura, es torear lo que se quiere, donde
se quiere, cuando se quiere, cómo se quiere, con quien se quiere, y por lo que
se quiere.
Se lo han ganado, dicen. — Acá manda el que interesa, el que puede con
el toro, con los públicos y con los empresarios— Aunque a veces, en defecto de
los anteriores requisitos, valga un buen padrino. Así ha sido y así es en todo.
El toreo, espejo de la sociedad, lo refleja.
¿Justo? ¿Democrático? ¿Qué dice usted? En esto de hacer carteles, no hay
democracia. No todos pueden ser elegidos para el honor de jugarse la integridad
frente al rey de la fiesta. Ni siquiera en los caóticos encierros, capeas y corralejas,
donde solo se ponen delante los más arrojados.
Así como no todos pueden invocar a mitad de un vuelo transoceánico el
derecho a pilotear el avión, y si se les niega citar a votación. La realidad, democracia
solo en política, y eso apenas en los discursos. Utopía. ”El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” no ha
existido, no existe, y sus remedos y pantomimas (Hitler, un ejemplo), inducen a
desear que ojalá no existiera. Los hechos son los hechos. La historia es la
historia.
¿No sucede igual con la meritocracia? Que manden y toreen los que lo
merezcan, los mejores, los que se lo hallan ganado. A sabiendas de que como advertía
el teórico Michael Young (2001): “cuando quienes son elegidos con mérito
suficiente para algo en particular, se consolidan como nueva clase, y ya no
dejan espacio a otros”. Pasa. El público soberano los vota. La taquilla también es urna electoral.
Perdón, ¿soberano el público? ¿No hay un súper poder, capaz de volverle noche el
día, y manejarlo a discreción?
Democracia, meritocracia…, “nosotros el pueblo” tiene derecho a
obedecer. En todo; arte, filosofía, ciencia, técnica, economía, deporte,
religión, tauromaquia... ¿O acaso decide qué consumir o a quién idolatrar? ¿No
se encarga de eso la publicidad, y ahora, la inteligencia artificial?
Los aficionados recreamos y conjuramos la frustración de las utopías con
la corrida. Vamos a la plaza, donde debe reinar el toro (la naturaleza) y torear
(la verdad) los que valen (la humanidad). Y aunque no pocas veces salgamos
renegando: — “mañana vendrá a verte tú madre…” —siempre volvemos. Creyentes de qué pese a
todo, la nuestra, la taurocracia, es más real y más feliz que todas las otras “cracias” y “descracias”, y que
allí estamos mucho mejor. Vamos, vamos, la temporada pinta bien…, el mundo no.
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