El toreo refleja su tiempo, su gente, sus modos. Y hoy, aunque los
matadores vistan de Gallito y las cuadrillas de goyesco es imposible no captar
los parches del posmodernismo reinante. Las verdades de la corrida resultan demasiado duras para estasociedad eufemística, del espectáculo, de la
representación, de la imagen.Qué como
en la cavernaria fabula de Platón, nutre su cultura más con apariencias que con
realidades. Apariencias que accionan el clic, crean las tendencias, mueven los
comportamientos. Es el reino del simulacro, la virtualidad, la seudorrealidad, dónde lo
que no es, parece más real de lo que es, pero no es. Una hiperrealidad holográfica
que reemplaza y supera la realidad. Cuyas reproducciones de arte, por ejemplo, parecen
más convincentes que los deteriorados originales de los museos. Igual que sus proyecciones
de monumentos, parques, edificaciones, ciudades, paisajes, que hacen viajar por
el macro y el micro universo, incluso por el interior del cuerpo humano con más
detalle y visión de conjunto que presencialmente. Que nos hace ver, embellecidos
y sin que nos salpiquen, los cataclismos, las guerras, los crímenes… Donde la verdad es una convención, como vino a justificar cínicamente
Michel Foucault, reeditando el “No hay hechos solo interpretaciones” de
Nietzche, y otra vez a Platón. Subjetividades, que masificadas conforman el
espíritu del tiempo, el clima cultural, el estado de opinión con sus nuevos asertos
convenidos. Cómo no ver al único rito ecológico de vida y muerte que conserva milenariamente
la humanidad, “cambiando, poniéndose a tono con los tiempos que corren”. Cómo
soslayar el culto al toro bobo y el rechazo al fiero, la postergación de los encastes
históricos, el desprestigio de la lidia y la pasión por la coreografía, el asco
al tercio de varas, la devaluación de la suerte suprema, el menosprecio a los
toreros de “corridas duras”, la idolatría por los de las “blandas”… La frivolidad de los públicos, la lenidad de presidencias, empresarios y
jurados de premios. La primacía del eslogan sobre los principios. La
suplantación de la crítica por la propaganda, el ditirambo, la adulación. La primacía
de lo mercantil sobre lo ritual. El sofisma de que la clientela manda porque
paga, y si pide rabo y pata por una gamberrada pues a dar pata y rabo... Y el chantaje
de la morigeración para “salvar” este toreo… de la época.
No hay comentarios:
Publicar un comentario