Fotograma de Picasso
ante un cristal, youtube
El público es parte integral de la corrida, colectiva e individualmente (perdón por la obviedad). No solo está, interactúa, la afecta y se afecta. “!Ya me la ha pegao! ¡Ya os habéis salío ustees con la suya!” dice Cossío que gritó Manuel Varé García “Varelito”, levantando hacia el tendido la mano ensangrentada cuando lo llevaban a la enfermería, tras la cornada mortal que le infirió “Bombito” (de Guadalest) el 21 de abril de 1922 en la plaza de Sevilla.
Biológico. Vivir es incidir en el entorno y ser incidido por él. Todo ser. El humano por supuesto lo hace además de con el instinto con la razón, su carácter diferencial. Ideas, cultura, inclinaciones, respondiendo al impacto momentáneo de cada experiencia (otra vez, perdón). Y los de la corrida, muy vívidos y profundos, desafían consciente e inconsciente.
Nos alegramos, enojamos, asustamos, admiramos, condolemos, aburrimos, levantamos, jaleamos, protestamos, aplaudimos, comentamos, accionamos, reverenciamos o nos lo guardamos para luego (“mañana vendrá a verte tu madre…”). Pero todos implicados, aun de lejos, frente a la pantalla, como ahora en estas pandémicas corridas virtuales. Recibiendo y reaccionando, transando lo íntimo con lo público, asumiendo y proyectando subjetividades...
Para quien el toreo es arte, la estética. Para quien ética, la moral. Para quien culto, la devoción. Para quien rito, la liturgia. Para quien tragedia, la catarsis. Para quien tradición, la memoria. Para quien juego, la diversión. Para quien oficio, la técnica. Para quien frivolidad, lo superfluo. Para quien espectáculo, la escena. Para quien competencia, el triunfo. Para quien negocio, el lucro. Para quien acontecimiento, la noticia. Para quienes crueldad, la piedad. Para quien herejía, el odio. Para quien alegoría de la vida, pues todo eso y más… Picasso resumió, “el toro soy yo”.
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