Viñeta 336
El discurso del doctor Ruiz
Juan Gallardo, cogido
brutalmente durante la última corrida del año en Sevilla, ruega en agonía que
hagan venir de Madrid, al doctor Ruiz. Este, se apresura y llega tan pronto
como “El expreso” lo permite... Al otro día.
Jovial, bajo, mal trajeado,
bamboleando el péndulo abdomen al ritmo de sus cortas piernas, el brujo de la
tribu torera, parece una voluntaria caricatura de su mito “milagroso”,
penúltimo recurso antes de Dios.
La noticia del trance ha
cundido en alarmantes versiones. La ciudad y España toda, penan por la suerte
de su primera figura. El esperado entra, indiferente a la curiosidad y a la fe
que le rodean, escucha los pesimistas médicos de plaza. Examina el herido y,
sin más, exclama como en broma: “!Ánimo bueno mozo que de ésta no acabas!...
el que no muere en la misma plaza casi puede decir que se ha salvado”. Así fue.
Luego, páginas adelante, aficionado
al fin y al cabo, se dedica a pontificar sobre los toros junto al lecho del
paciente. Reprende las auto-inculpaciones del banderillero de confianza, quién dolido
por el percance de su matador, reniega del toreo como: “arte de otros
tiempos, oficio bajo, reaccionario y bárbaro”.
Nada. --El toreo es un progreso --le contradice. Y emprende una larga y
cruda defensa de la fiesta que, mal leída, hoy podría tomarse por ataque. Tanto,
que ha dado pie a interesados en reclamar un supuesto antitaurinismo de Blasco
Ibáñez, el autor, igual a como intentan descubrirlo en la obra de Goya y otros
genios.
Sí es barbarie, acepta el
doctor Ruiz, pero barbarie necesaria y justificada, pues nace la corrida
moderna tras la desaparición del Santo oficio y su espectáculo popular de quemar
herejes, al cual reemplaza como diversión
de masas. Como forma reglada y simbólica liturgia de liberar feroces instintos
humanos, con una sinceridad de la cual son incapaces otras culturas que a
cambio los estimulan y explotan de maneras hipócritas y a la vez más crueles. E
ilustra con los mismos ejemplos de brutalidad general contra los animales y la
naturaleza, que ahora son aún más evidentes.
“Sangre y Arena” es la gran
novela de los toros. No me cabe duda. Nunca antes ni después se ha publicado
una que se aproxime a su calidad literaria, fuerza emocional ni al realismo con
que recrea ese mundo, ese país, esa época. Tampoco a su repercusión cultural
global. Publicada en 1908, recrea los finales del siglo XIX y se ha hecho clisé
que su protagonista, está inspirado en la vida y muerte de “El Espartero”. Cómo
negarlo.
Un clásico sin duda. Leído con
ojos de aficionado, sorprende su vigencia. Cómo si la realidad hubiese querido imitarla
de allí en adelante. Cuánta similitud de sus personajes, vicisitudes y
contextos con los de hoy. Cuánta, en las peripecias del maletilla Juan
Gallardo, con los muy célebres relatos posteriores de: Perez Lugín en “Currito de la cruz”, Cháves
Nogales en “Juan Belmonte matador de toros” o Lapierre & Collins en “O
llevarás luto por mí” (Manuel Benítez Pérez “El Cordobés”).
Y cuánto se asemeja el discurso
del doctor Ruiz con el de algunos aficionados actuales, que intentando defender
atacan la fiesta. La vida termina pareciéndose a la literatura decía García
Márquez.
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