martes, 14 de enero de 2020

EL DISCURSO DEL DOCTOR RUIZ - VIÑETA 336


Viñeta 336

El discurso del doctor Ruiz
Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, diciembre 31 de 2019


Juan Gallardo, cogido brutalmente durante la última corrida del año en Sevilla, ruega en agonía que hagan venir de Madrid, al doctor Ruiz. Este, se apresura y llega tan pronto como “El expreso” lo permite... Al otro día.

Jovial, bajo, mal trajeado, bamboleando el péndulo abdomen al ritmo de sus cortas piernas, el brujo de la tribu torera, parece una voluntaria caricatura de su mito “milagroso”, penúltimo recurso antes de Dios.

La noticia del trance ha cundido en alarmantes versiones. La ciudad y España toda, penan por la suerte de su primera figura. El esperado entra, indiferente a la curiosidad y a la fe que le rodean, escucha los pesimistas médicos de plaza. Examina el herido y, sin más, exclama como en broma: “!Ánimo bueno mozo que de ésta no acabas!... el que no muere en la misma plaza casi puede decir que se ha salvado”. Así fue.

Luego, páginas adelante, aficionado al fin y al cabo, se dedica a pontificar sobre los toros junto al lecho del paciente. Reprende las auto-inculpaciones del banderillero de confianza, quién dolido por el percance de su matador, reniega del toreo como: “arte de otros tiempos, oficio bajo, reaccionario y bárbaro”.

Nada. --El toreo es un progreso --le contradice. Y emprende una larga y cruda defensa de la fiesta que, mal leída, hoy podría tomarse por ataque. Tanto, que ha dado pie a interesados en reclamar un supuesto antitaurinismo de Blasco Ibáñez, el autor, igual a como intentan descubrirlo en la obra de Goya y otros genios.

Sí es barbarie, acepta el doctor Ruiz, pero barbarie necesaria y justificada, pues nace la corrida moderna tras la desaparición del Santo oficio y su espectáculo popular de quemar herejes, al cual reemplaza como diversión de masas. Como forma reglada y simbólica liturgia de liberar feroces instintos humanos, con una sinceridad de la cual son incapaces otras culturas que a cambio los estimulan y explotan de maneras hipócritas y a la vez más crueles. E ilustra con los mismos ejemplos de brutalidad general contra los animales y la naturaleza, que ahora son aún más evidentes.

“Sangre y Arena” es la gran novela de los toros. No me cabe duda. Nunca antes ni después se ha publicado una que se aproxime a su calidad literaria, fuerza emocional ni al realismo con que recrea ese mundo, ese país, esa época. Tampoco a su repercusión cultural global. Publicada en 1908, recrea los finales del siglo XIX y se ha hecho clisé que su protagonista, está inspirado en la vida y muerte de “El Espartero”. Cómo negarlo.

Un clásico sin duda. Leído con ojos de aficionado, sorprende su vigencia. Cómo si la realidad hubiese querido imitarla de allí en adelante. Cuánta similitud de sus personajes, vicisitudes y contextos con los de hoy. Cuánta, en las peripecias del maletilla Juan Gallardo, con los muy célebres relatos posteriores de:  Perez Lugín en “Currito de la cruz”, Cháves Nogales en “Juan Belmonte matador de toros” o Lapierre & Collins en “O llevarás luto por mí” (Manuel Benítez Pérez “El Cordobés”).

Y cuánto se asemeja el discurso del doctor Ruiz con el de algunos aficionados actuales, que intentando defender atacan la fiesta. La vida termina pareciéndose a la literatura decía García Márquez.


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