De Petro a Peñalosa
Por Jorge Arturo Díaz Reyes 27 de octubre del 2015
A Enrique Peñalosa lo acaba de elegir el 33% de los que votaron, quienes a su vez no sumaron sino la mitad de los electores aptos en Bogotá. O sea que aritméticamente fue aprobado a lo más por el 17% del gran total. Una minoría exigua sin duda.
Había qué verlo. No cabía de gozo. Un sueño, decía, como cualquier ganador de la lotería, y en medio de su euforia madrugó a declarar que mantendrá la guerra a los toros porque según él, “hay un consenso muy amplio de que no se quieren más toros en Bogotá.” ¡Qué maravilla! De igual manera podríamos decir entonces que hay un consenso muy amplio, el 83% (este sí cuantificado) que no le quiere a él como alcalde repitente.
Claro. Pero así funciona la democracia. La socorrida "democracia" de los políticos. No voy a cuestionarla (se cuestiona sola), voy al concepto que de ella expresa la evidente contradicción del alborozado continuador de Petro. Voy a la forma como retrata su teoría y su práctica de la verdad y la equidad.
Minoría es la de los otros, la minoría suya es “amplio consenso”, "mayoría", y por lo tanto con licencia para reprimir, imponer, prohibir, arrebatar… --Esto es una democracia y todo el mundo tiene derecho a obedecer –nos decía burlonamente a los residentes mi viejo profesor de cirugía Federico, Peñalosa como él.
Pero lo sabíamos y no importó. Como no importaron el descredito e ínfima popularidad en que terminó su anterior alcaldía (1998-2000). Mal recuerdo que castigó sus dos aspiraciones posteriores a reincidir (2007 y 2011). A la tercera fue la vencida. Por un lado, los desastres de Petro y sus conmilitones seudoizquierdista (uno de ellos en la cárcel) que traicionaron en tres períodos consecutivos, doce años, la confianza de los bogotanos, y por otro la debilidad de sus rivales, tan antiaturinos como él, que sin querer le hicieron realidad el “sueño”.
Sueño que para los aficionados a los toros será prolongación de la pesadilla. No tuvieron oportunidad en estas elecciones. Los seis candidatos pensaban y habrían procedido así; la plaza de Santa María es de todos los bogotanos menos de los que la construyeron, sacralizaron y habitaron por casi un siglo. La suerte ya estaba echada. De Petro a Peñalosa la misma cosa.
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