Animalidad
Por Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, 17 de noviembre del 2015
En medio del dolor por la reciente masacre de Paris, me asaltaron dos recuerdos también crueles. Uno, el deseo expresado este año públicamente, por una concejal animalista española, de arrojar una bomba en el atestado tendido de la plaza de toros de Pamplona, y el otro, la mortandad causada por la que sí se hizo explotar en la plaza de toros de Medellín (Colombia) en 1991.
Es inhumano pero también demasiado humano invocar signos, ideas, mitos, causas para justificar atrocidades. Creer o hacer creer que una “verdad” es toda la verdad, la única verdad y por tanto avala el oprobio. Asumir una pose de superioridad moral para legitimar la violencia, el terror, la barbarie. Son modos de nuestra vergonzante bestia interior.
Esa que llevamos dentro buscando siempre liberarse de las continencias con que la civilización ha tratado de domarla. Débiles continencias ensayadas a lo sumo diez mil años, por un animal que desde hace millones, tiene bien bruñidos los instintos feroces en el fondo de su ADN.
Es la vieja historia. La historia universal. “El hombre, lobo para el hombre”. Esta carnicería de Paris, "porque estaban reunidos centenares de idólatras en una fiesta perversa", no por terrible puede hacer olvidar que ha ocurrido antes y peor, infinidad de veces con infinidad de versiones y pretextos. En Troya, Roma, Cartago, Jerusalém, Tenochitlan, Varsovia, el oeste americano, Madrid, Londres, Auswichtz, Iroshima, Vizcaya, Rusia, China, Indochina, América Latina y África todas, Irak, EEUU, Kosovo, Siria… imposible hacer un lista, mejor sería preguntar dónde o cuándo no ha pasado.
Seguramente ya “los buenos”, dueños de otras verdades absolutas, claman de nuevo por un contraataque más brutal. También ha ocurrido siempre. Ojo por ojo, y si se puede dos o más. Es lo que somos.
Moralismo, intolerancia, maniqueísmo, nacionalismo, segregación, fanatismo; alegatos de la fiera parlante; reclamos de sus miedos rabiosos, de sus ansias de atacar... Performances de nuestra inocultable animalidad.
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