Romántico toreo
Por
Jorge Arturo Díaz Reyes 22 de septiembre del 2015Al romanticismo le han puesto gentilicio. Alemán. Es una convención. Para qué discutir. El romanticismo, proclive al patriotismo, no tiene patria, es de todas las patrias.
Tampoco tiene fecha, ni edad, es de todas las épocas. Aquiles,
Sócrates, Jesucristo, El Cid, Pedro Claver, Bolívar, Belmonte, Hemingway... son
personajes románticos o romantizados.
También lo han querido encasillar en la literatura y el
arte. Pero los trasciende, mucho más allá de haberles marcardo un período, un estilo,
una moda. Está en toda la cultura, en todas las culturas, como una manera ser, sentir,
pensar, soñar, hacer.
La naturaleza, el instinto, la pasión, lo auténtico, el
yo, el honor, la justicia, la lealtad, la generosidad. El amar mucho, el vivir
épico, el morir heroico… El sacrificar un mundo para pulir un verso. El
escribir con sangre porque la sangre es espíritu. El jugarse todo a nada, la
vida incluso por alegrar al pueblo. Ese más corazón que razón, reprobado por
Sancho en el Caballero de la triste figura.
La corrida de toros es una de las más auténticas expresiones
del romanticismo. Sus auges fueron simultáneos. Fines del siglo XVIII. Pero qué
iban a saber Pedro Romero, Costillares y Pepe-Hillo, si eran románticos o no,
si en Leipzig se había publicado Werther, si en Bonn había un músico llamado
Beethoven.
Qué iban a saberlo. Ni lo necesitaban ni les interesaba. Sin
embargo fueron románticos como el que más. Lo dicen sus leyendas. Los adoraron.
Iconos del rito trágico, que pintaron, predicaron, y cantaron; Goya, Peña y
Goñi, Jaurranz, Penella, Espronceda…
Su ocaso también será simultáneo. En la globalizada
sociedad que rinde culto al pragmatismo, la virtualidad y la moneda, los valores
románticos, van a la baja. Las cosas ya no son como son sino como parecen, y al
toreo le dejan solo dos caminos; morir en su ley, o descargar la suerte y travestirse
a una más de las tantas pantomimas posmodernistas con que arrean hoy a las
masas.