Viñeta 115
Pepe Cáceres
Por
Jorge Arturo Díaz Reyes 18 de agosto del 2015
Cierto,
cada vez tenía menos pelo, reflejos, vigor, y más miedos, dificultades,
desventajas. Poco antes, durante una corrida en Ibagué, una isquemia cardíaca,
no el toro, le había encarado con la muerte. Pero todo eso que a otros hubiese
resultado patético, le confería dignidad. Aún le sentaba el traje de luces, aun
temperamental, peleador, apasionado, se gustaba con capa y muleta, y aun de vez
en cuando acertaba con la espada y arrebataba.
Tampoco
fue por amor, dinero, prestigio. Los tenía. Es que no quería ser otra cosa, no
podía ser otra cosa --Si me voy a morir que me muera ya --protestó
rabioso las ayudas el 9 de enero de 1987, en Manizales, cuando abriendo la
corrida sufrió la penúltima de sus veintitantas cornadas, y maltrecho,
sangrante brindó a Manolo Chopera, pidiendo que lo acartelara el 12 de octubre
en Las Ventas --"Quiero volver a Madrid" --le dijo. No era un
farol, cortó las dos orejas.
Ahí
mismo Corbelle, peón de Ortega Cano, se la cantó en un micrófono --El
maestro debe retirarse, corre mucho peligro --Por su lado,
"Joselito", debutante aquella tarde, conmovido y admirado en sus
diecisiete años, le brindó la faena dejándole la montera frente a la enfermería
mientras lo intervenían.
Seis
meses después, el 20 de julio, Monín
de San Esteban lo cazó en Sogamoso y le despedazó el tórax. 26 días de agonía
delirante. Operado y reoperado. Saturado de drogas y terapias. Con la tráquea
entubada en un respirador mecánico, hallo lucidez para garabatear: ¿Mate el
toro? ¿Me dieron las orejas? ¿Le pagaron a la cuadrilla?
Y
el 18 de agosto, tras la postrera vuelta al ruedo en la Santa María, entregaron
a su amigo, el ganadero José Joaquín Quintero, las cenizas de una vida torera. Todo
fue por honor. Nada más que por eso... tan pasado de moda.
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