El alcalde, el gallo y el caballo
Por
Jorge Arturo Díaz Reyes 30 de julio del 2015
Hay en Bogotá un revuelo
político de gallinero. Se avecinan elecciones y otro gallo cantará en enero. Pero
al parecer su canto, como el destino de las productivas ponedoras, continuará
siendo el mismo, pues a derecha e izquierda, por convicción o conveniencia, resuena
el kikirikí del actual.
Y no solo el kikirikí,
también el aleteo. Cinco de los seis aspirantes a conquistar la codiciada
sucesión y 29 de 35 concejales se han alineado con el programa estrella del
alcalde Petro; eliminar la fiesta brava. Como sea.
Incluso atropellando la
ley (916 de 2004), la Constitución, la Corte Constitucional, el Concejo de
Estado, la libertad cultural, la tradición y el derecho de gentes, en aras de
un socorrido animalismo.
Desafuero que ahora
tratan de disfrazar, al estilo Pilatos, con una consulta popular antitaurina,
en este caso multimillonaria, cuyo costo la Registraduría General de la Nación
ha estimando en $35.000 millones de pesos (unos 11 millones de Euros) del
erario público. Caro y vano intento.
Bajo esa traída
pregunta “democrática” les asoma la espuela del autoritarismo. Pues la idea implícita
de que la mayoría es omnímoda, da paso a otras preguntas: ¿Tras cual minoría podrían
lanzar después el populacho? ¿Judíos, palestinos, negros, homosexuales,
discrepantes, minusválidos...?
En la vieja Roma una
mezcla de pasión animal y absolutismo hizo cónsul a un caballo. Tal como están
las cosas, quizás a la capital no le fuera peor con uno en la alcaldía.
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