VIÑETA 462
Glosando
a Kafka
Jorge Arturo Díaz Reyes, VI 20 2022
Hace un siglo, cuando empezaban aquellos años 20 y 30, que los aficionados llamamos
“Época de plata” y el resto del mundo “Entre guerras” (mundiales), cuando aún
se picaba sin peto, cuando Lalanda, Chicuelo, Antonio Márquez y los demás emprendían
la destilación del belmontismo...
Esos años cuando Hemingway descubrió a España, se descubrió a sí mismo, y escribió
esa cantidad de cosas. Entre ellas que la plaza de Bilbao se consideraba entonces
inexpugnable, torista, despiadada e intolerante al triunfo humano... “Si se
da el caso de que un torero guste en Bilbao se le compran para él toros cada
vez más grandes, hasta que acaba por tener con ellos una catástrofe, moral o física,
y entonces el aficionado de Bilbao dice: -- A ver, son todos lo mismo, cobardes
y farsantes. Dadles toros suficientemente grandes y verás lo que digo.”
(Muerte en la tarde, 1932).
Así cuenta como era Vistalegre cuarenta y cuatro años después de su inauguración
por Bocanegra, Chicorro y El Gallo (padre), con toros de Pérez de la Concha, cuatro
décadas antes de su reinauguración por Antonio Ordóñez en 1962, y a nueve de la
segunda reinauguración de ayer, con su nuevo nombre “BiVA”, su diseño multiusos,
su agregada vocación de ocio, toros de Jandilla, y Manzanares encabezando
cartel, como recordó Barquerito en su estupenda crónica previa: “La Metamorfosis
de Bilbao” (Colpisa).
Leyéndola y viendo por TV la corrida reinaugural no puedo menos que aplaudir
la justicia del título y la veracidad de su contenido. La diferencia hoy con el
recio pasado descrito por el Nobel norteamericano es abismal. En todo,
arquitectónica, tecnológica y conceptualmente hablando. Para empezar, la histórica
plaza de toros ya no es tal, ha sido “reconvertida en un espacio multiusos
integrado en la oferta de ocio de la ciudad” y además rebautizada.
Pero aun así podríamos creer que su identitario culto al toro late aún bajo
la superestructura. Sin embargo, ni eso parece. Por ejemplo, después de dos veraces
faenas a toros muy complejos, en medio de un vendaval, una tremenda (unánime)
petición de segunda oreja en la última, que abriría la puerta grande a Roca Rey,
fue negada por el palco. Quizá con razón, en atención a la tradición y categoría
de la plaza. La que resulta paradójica es la explicación que dieron autorizados
comentaristas a la negativa. Según ella, la faena quedó devaluada por la “poca
colaboración” que brindó el toro. Denuncia de un cambio ético antagónico.
Hace un siglo, y hasta mucho menos, esa dificultad no hubiese sido un demérito
sino un mérito, y en honor al “toro de Bilbao” quizá no solo se hubiese avalado
el triunfo del torero, sino sucesivos contratos para poner su capacidad a
prueba con ganaderías más exigentes… Metamorfosis Kafkiana.