lunes, 13 de octubre de 2025

ARTE LEVE - VIÑETA 582

 
VIÑETA 582
 
Arte leve
Jorge Arturo Díaz Reyes 13 X 2025
Sarcófago romano de Medea 140 D.C. Museo Altes de Berlín. Foto: Flickr
El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo.” Y ya existía el arte. Y quizá entre los primeros, el de torear.
 
Las más antiguas trazas de auto conciencia, pensamiento abstracto, ficción…, fueron marcas no utilitarias, de divagación, autoría, ornato, tal vez. Paredes cavernarias, pedruscos, huesos, quizá la propia piel... Arte.
 
Y el heredado sentido estético de la recién nacida inteligencia, rasgo diferencial del homo sapiens, valoraría seguramente facultades vitales para la manada, en la caza y el combate. Librar el zarpazo, la tarascada, la embestida. Afrontar el riesgo. Reducir la violencia. Conducir la fiereza. Humanizar el mundo, para uno y para todos.
 
Y al conmoverse y conmover haciéndolo, cada vez con más eficacia, originalidad, dominio, propiedad, arrojo y repetición; descubrir, sorpresa, placer, gratitud colectiva, recompensa. En la derrota del miedo, en la sumisión de la inmensa y amenazante fuerza del entorno. Eterno asunto humano
 
Y en ese paso de lo irracional a lo racional, de lo sensorial a lo sentimental, de ir por necesidad y emoción a la sublimidad, a la sacralidad, a la entronización del animal y su potencia. Icono del azar, del hado, de la fatalidad. De la lucha perenne a vida y muerte.
 
Y al arrobo dionisiaco ante la conjunción de la máxima gracia con el máximo compromiso. Como en efecto sucedió. Y andando el tiempo y el espacio, a compás de la evolución cultural, a la faena. La ritual obra de arte de la tauromaquia moderna. Cuya larga historia sintetizara Unamuno: “Cavernario bisonteo, precursor del rito trágico que culmina en el toreo.”
 
El arte que es todo. Esa pulsión con que el mono desnudo quiere siempre abarcar el universo interno y externo. Lo bello, lo feo, lo bueno, lo malo, lo justo lo injusto, lo cierto, lo incierto, lo alegre, lo triste…, lo humano, lo inhumano. Arte cuyo pasado remoto apenas podemos vislumbrar en burilados de piedra, hueso, marfil...
 
O intuir: en el ocre sobre rostros nunca vistos, en la mueca, el gesto, la pose, la danza espontánea. En el placer y el sufrir de los colores, la forma, el volumen, la textura, la imitación, el ritmo, el dibujo, el aroma, el sonido… En aquellas primitivas creaciones (obras), eversiones del yo a la percepción del otro, de los otros, hasta hoy.
 
Las mismas cosas y hechos que siguen llenando los museos, los teatros, las plazas. Y las más reales y auténticas fundidas en el ancestral arte de torear. Catarsis purificadora del rito dramático, la tragedia, que nos explicó Aristóteles. El arte del hombre a muerte, frente a su destino, (el toro). Como ante sí mismo, en las tragedias isabelina, bretchiana, griega…
 
Medea, matando a sus hijos, para evitar que manos odiadas los maten más cruelmente. No es “lindo”, no es de “buen gusto”, no es “chic”, es horrible. Pero es arte, profundo, contundente, al interior de lo humano. Hoy, a 2.500 años de su estreno para la olimpiada 87 de Atenas, Euripides nos sigue abrumando, sumergiendo en eso abismal, tremendo, inexplicable, que subyace bajo las formas, la coreografía, las luces.
 
Quedarse solo en ellas, en el empaque, lo superfluo, lo bonito…, tendencia dominante posmoderna. Reducir el valor estético a la utilidad. Omitir el todo por la parte. Privilegiar la impostura, el ornato vacío. El eslogan, la pose. No tocar lo esencial. Ir solo al instinto, a la percepción prehumana. Hacer el arte leve.
 

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