VIÑETA 573
El precio del
arte
Jorge Arturo
Díaz Reyes 4 VIII 2025 Cartel (fragmento). Diego Ramos, Arles
2021
Diez grandes galerías de Londres son estafadas simultáneamente vendiéndoles,
“a muy buen precio”, falsificaciones de cuadros con firmas cotizadas. Medio
millón de libras esterlinas. Los falsificadores, pintores marginados, más que lucrarse,
han querido ridiculizar el mercado y los mercaderes de arte.
Charles Lampeth, propietario de una de las galerías víctimas, reflexiona
después con su gerente Willow.
— Ahora, el público piensa que somos unos farsantes, incapaces de
distinguir una obra maestra de una tarjeta postal… Han demostrado que los
grandes precios pagados por las obras de arte reflejan, no apreciación
artística sino esnobismo.
—Eso ya lo sabíamos —contesta el experto Willow cínicamente.
Es “El escándalo Modigliani”, del galés Ken Follet. Novelista traducido
a 33 idiomas, con más de 170 millones de libros vendidos en al menos 80 países…
“La novela es
la historia privada de las naciones” (Balzac).
El hecho artístico,
en esencia comunión creador-creación-sujeto, experiencia psicoemocional íntima de
los implicados, cada cual con sus condicionamientos y circunstancias, es una
cosa. El precio de la obra (objeto), hecho económico, es otra cosa, externa, resultado
de variables colectivas, sociales, culturales, transaccionales. Oferta y
demanda. Quién da más. Cualquier caballo vale un millón, más las ganas, decía
mi padre (agrónomo). Lo que se paga es el deseo, la posesión; la utilidad, el
prestigio, el poder y el placer que comporta.
¿En el arte de
torear, cual es la obra? No la suerte, la tanda, el tercio. No, la faena
completa, unidad estética. Como el cuadro, la escultura, el poema…, pero que a
diferencia y siendo interpretativa, es fugaz. Tan pronto es, no es. Pese a que
otras artes; música, pintura, poesía, cine…, intenten
perpetuar la original.
Imposible
subastar una faena, comprarla, guardarla, coleccionarla y esgrimir su
propiedad. Se vende antes de su existencia, en cartel, a futuro. Su
inpermanencia, ni antes ni después, no la hace inmune el utilitarismo, la
codicia, al fetichismo.
La de
Lagartijo a “Hortelano”, la de Joselito a “Cantinero”, la de
Belmonte a “Barbero”, la de Manolete a “Ratón”…, igual que todas,
fueron únicas, jamás volverán. No las vimos. Nos las han contado. ¿Fueron así?
¿Obras maestras? ¿Cómo probarlo? No se pueden tener. Sin embargo, su intangible
e improbable espíritu, está en el mercado. Tácita, legendariamente. Las venden
y pagan, todos los días sin sentirlo, indirectamente, empresarios, ganaderos,
toreros, periodistas, espectadores, aficionados… La fiesta vive de ellas, la
sustentan.
¿De qué están
hechas? De lo mismo que todo precio en el arte…, “de lo que están hechos los
sueños”. Como dice Humphrey Bogart al final de la película “El Halcón
Maltés”, sosteniendo la codiciada y trágica estatuilla.