VIÑETA 572
Vigencia
Marco Pérez, niño torero. Foto: Diario de Ávila
A Joselito “El Gallo” y a Manolete les bastaron siete años de alternativa,
para ser inmortales antes de morir. A Manolo Granero apenas dos, y a Rodolfo
Gaona ocho para ingresar en la historia universal...
Hoy, temporada 2025 adentro, los dos primeros renglones del “escalafón”
(número de corridas cumplidas) los ocupan toreros con 28 y 19 años de
alternativa respectivamente. El tercero tiene 18, el cuarto 11, el quinto 10, el
sexto 21, el séptimo 25, el octavo 22, el noveno más de 10. Promedio, 18.2 años
en este grupo que capitaliza la contratación. Solo asoma, en el décimo puesto, un
torero con menos de una década como matador de toros, Tomás Rufo. Bueno, qué
vamos a decir si Enrique Ponce se retiró este año con 35 de alternativa…
¿Es un sanedrín la cúpula del mercado torero? ¿Por qué? La selección es
potestad de las empresas, que arriesgando su dinero se supone apuestan por las preferencias
de la clientela (taquilla). Oferta y demanda, sagrada ley económica. ¿Esa es la
demanda? ¿Tan inducida y vulnerable como la del resto del consumo en el mundo? Show-business, automóvil,
electrodomésticos, arte, política, imagen, cosmética, comida, bebida, etc…
¿Cuánto manda la publicidad?
¿No juegan otros factores? Sagacidad oficinesca de los validos, relaciones,
medios, intereses cruzados, monopolio (empresario-ganadero-apoderado), trato
diferencial de las presidencias, desatención a las novilladas, los novilleros y
los nuevos (aquellos de presentación y despedida).
¿Acaso sigue siendo factor principal y máximo juez el toro? ¿Cuál toro?
El de “garantía”, responden a cada entrevista las muy ocupadas figuras. O según
la sabiduría popular: a torero modesto, toro grande y billete chico.
Pero, en fin, los que están ahí es porque se lo han ganado ¿no? Sí, se
lo ganaron, cierto, cómo negarlo, pero ese no es el asunto. El asunto es si se lo
siguen ganando, sin afectar la igualdad de oportunidades para que otros también
puedan ganárselo. Libre competencia, otra ley de la economía.
Por supuesto, ver a maestros en una espléndida madurez activa, es un
privilegio de cada época. Qué los hubo siempre. aunque
seguro no en tal proporción y omnipresencia:
A Bernardo Gaviño lo mató un toro a los 73 años. Antoñete alcanzó su
mayor gloria a los 53. Curro Romero se retiró como santón de la fiesta a los 66...
Casos excepcionales, claro, y quizás alguno de los nueve punteros actuales
también lo sea. El toreo auténtico, hágalo quien lo haga, no tiene caducidad ni
edad, es intemporal. Por ejemplo, El Cid, quien a sus 51 años es muy poco
contratado (puesto 95 del escalafón, una corrida), fue, le cortó las dos orejas
a un victorino hace tres días en Santander y se ganó una sustitución para el
día siguiente, refrendándose sin acaparar. Vigencia meritoria. Además, para los
veteranos están los festivales, evocadores y educadores de las nuevas
generaciones.
Sin embargo, no se pueden omitir tampoco las quejas del fracaso o la no
valoración de los pocos chances reales que se ofrecen a emergentes y retadores.
La heróica encerrona del niño torero Marco Perez en el pasado San Isidro, digamos.
Seguida, días después, por la apoteósis callejera desde la misma plaza de
Morante. Proclama de que las viejas coronas no tambalean (al menos esta).
Pues a juzgar por las populosas, jóvenes y al parecer conservadoras concurrencias,
la “revolución”, o siquiera la reformista renovación de la marquesina torera no
parecen por hoy una necesidad ni una exigencia del público, que pone la plata. Sí,
pero pueden llegar a serlo, más pronto que tarde. Ahí está la cosa, en la
fatiga del metal. Y entonces…?
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