lunes, 28 de octubre de 2024

REBECO EL GRANDE - VIÑETA 545

 
VIÑETA 545
 
Rebeco el grande
Jorge Arturo Díaz Reyes 28 X 2024  
Rebeco y Talavante. Foto: Las Ventas Foto: Las Ventas
Número 173 de Juan Pedro. Negro, largo, bien cinqueño, astifino, de 672 kilos. Salió quinto. Era miércoles 29 de mayo, corrida 17 de San Isidro.
 
Cinco verónicas y media de consumo le saludaron injustificadamente, las tomó con brío, antes de acometer el caballo de Manuel Cid, al cual romaneó desde abajo en dos varas traseras que a otro hubiesen dejado listo. Álvaro Montes y Manuel Izquierdo aprovecharon su franco y ambicioso viaje pareándolo con más oficio que lucimiento.
 
Talavante lo vio, y de una, sin tanteos ni castigos le citó para cuatro ayudados por alto, que no estatuarios por las recolocaciones, una derecha, un molinete, cuatro naturales y el forzado juntos, uno tras otro, raudos, pero ligados. Que detonaron en el tendido como una carga de profundidad. La dinamita fue la secuencia y la codicia, la emoción del toro que repitió vehemente, hallando un hombre bien parado y una mano suficiente para sostener el terreno. Cómo venía la tarde, sumida en un soso mal humor, este introito la redimió, cual milagro. Los cuatro naturales siguientes fueron más sosegados y gustosos sin que el galope hubiese perdido nada de furor. Morro abajo y el gran tonelaje haciendo cimbrar el ruedo y proyectando los pitones a ras de arena. Bravo toro, muy serio, pero también noble, pero también acompasado, pero también de tiro largo. Amado toro.
 
El paceño con sus diecisiete años de torero encima, lo comprendió, y avisado se dejó ir con él a una faena matizada de improvisaciones y repentismos que sonaban como a inspiración de consumo. Tras tres derechas, una arrucina inesperada, un cambio de mano y el de pecho abrumaron a la clamorosa plaza que había vendido hasta la última boleta, desde mucho antes, y no por él, ni por ese toro, cuyo trapío y codicia insultaban la piedad de los adoradores del toro enano y sinvergüenza. Derecha por una vez, cambio de mano, cuatro naturales in situ, redondos, dos más, tres más, molinete y el remate por arriba. Y la bravura no decrecía. El fondo parecía infinito. Pase de las flores, tres a rodilla en tierra, un desdén, uno de pecho y una firma, ambos mirando al público. Hubiesen podido parecer una falta de respeto al torazo, o un homenaje. Qué cada quién lo llame como quiera, pero la plaza, a juzgar por la estruendosa ovación en pie, la interpretó como una merecida corona para una obra en la que se habían conjuntado, tres elementos: el toro toro, el toreo con variedad de bazar, y el torero en su salsa. No faltaba más que la suerte suprema para que la faena abriera la Puerta grande. Solo eso. 
 
Todos lo querían, la estocada honorable que el gran toro merecía. El volapié fue sincero, sí, pero el embroque no. La estocada baja y el desarme la inhabilitaron no solo para el gran triunfo sino para trofeo en cualquier plaza de tercera. Semejante toro no podía morir de manera tan infame. Más los orejicidas montaron su guachafita pañuelera y en el alto palco, Don Eutimio Carrecedo Pastor y su asesor Madriles optaron por darles gusto y sacaron el pañuelo de pena y baldón para Las Ventas. ¡Fuera! Una oreja por un bajonazo en la Catedral primada del toreo. Esto crea jusrisprudencia. De aquí en adelante cualquier presidente de pueblo en los confines del mundo taurino puede premiar lo que le de la gana y como le de la gana por eliminar toros. El rey de la fiesta, y más en su soberbia versión como esta merece que se le mate con todos los honores, no así. Y menos que se premie al victimario, así sea el torero de la empresa. La ovación al arrastre no se compadeció con la furiosa petición de premio para su mala muerte.
 
Lo demás de la corrida fue anecdótico. La habitual displicencia de Morante, quien se inhibió con el encastado primero y con el otro no pudo pintar nada más que sus acostumbrados detalles aislados, que no faenas, ni siquiera tandas, y su horrible ejecución de la suerte suprema, y claro la idolatría de sus fans que se recrean en ello. Unos sobrevalorados lances de Aguado, por quienes no le exigen temple a la lentitud, y un encierro adulto, bien presentado que no vio su escasa emoción suplida por la entrega de los toreros. Exonerada toda la tarde, a cuatro voces desde la transmisión de TV, que como siempre descarga las culpas en los toros.
 
Juan Pedro Domecq, al final calificó a “Rebeco” como un “grandioso y bravo toro”. Estuve de acuerdo. Quizá el de la feria.

lunes, 21 de octubre de 2024

OTRO AÑO AMERICANO - VIÑETA 544

 
VIÑETA 544
 
Otro año americano
Jorge Arturo Díaz Reyes 21 X 2024 
Roca Rey herido camina hacia la enfermería. Foto: Las Ventas
En la historia, solo cinco toreros americanos han encabezado las estadísticas anuales de corridas lidiadas en Europa. Los mexicanos: Fermín Espinosa “Armillita” con 64 en 1935, y Carlos Arruza con 108 en 1945; y los hermanos venezolanos: César y Curro Girón por partida doble cada uno. El primero con 54 en 1954 y con 68 en 1956, y el segundo con 81 en 1959 y con 74 en 1961.
 
El quinto es el peruano Andrés Roca Rey, quien ya había punteado el año 2018 con 54 corridas y ahora de nuevo el 2024 con 70. Abriendo 40 veces la puerta grande, cortando 129 orejas y dos rabos, monopolizando la atención del público y las empresas, agotando la boletería y empinando el raiting de televisión por donde pasó.
 
Ha sido así mismo la suya una temporada endurecida por el selectivo rigor de algunas presidencias, la incomprensión de buena parte de la crónica, los melindres del estilismo, y el odio de una minoría reventadora en Las Ventas, (la primera del mundo, la que da y quita), que lo ha tomado como “objetivo militar”. Allí mismo donde la concluyó el 6 de octubre, una vez más con lleno total, en medio de un turbión de pasiones. Firmándola con sangre, al estoquear y cortar una oreja del exigente cinqueño “Soplón” de Fuente Ymbro que le había inferido dos cornadas, de 15 centímetros cada una. Despreciando las ayudas y yendo por sus propios pies hasta la enfermería para ser operado.
 
Y luego, cómo para subrayar el impacto en la cultura (más allá de los ruedos), de su bizarro año torero, la película “Tardes de soledad” que protagonzó, fue premiada con la “Concha de Oro” en el prestigioso Festival de cine de San Sebastián.
 
Tampoco se puede negar sin caer en ridículo su contribución al resurgir actual de la fiesta por allá. Paradójicamente, mientras por acá, en su continente, esta se bate a brazo partido contra el asedio político.
 
Sí, es trascendente para Hispanoamérica que así un quinto torero suyo haya tomado este liderazgo y más en estos momentos aciagos. Pero no puedo olvidar ahora que pudo haber al menos uno más en ese histórico cuadro de honor.
 
El colombiano César Rincón, digo. Cuando en 1992 se le abrían todos los caminos para ello. Recuerdo qué promediando esa triunfal temporada, la noche del 3 de agosto, antes de la rueda de prensa que el bogotano brindaba tras su puerta grande en El Puerto de Santamaría, le hice notar a su apoderado Luis Álvarez que ese honor estaba al alcance de la mano. La respuesta cortante fue: “Mi torero jamás encabezará las estadísticas porque para eso debería pisar plazas que nunca debe pisar”. En el corrillo, un periodista de una fuerte cadena radial colombiana celebró con melifluo alborozo la pachotada. Bueno, César acabó segundo ese año a unas respetables 18 corridas del juvenil Enrique Ponce, por no pisar esas plazas, y ya nunca, como Joselito, Belmonte, Manolete y otras figuras de época encabezaría las estadísticas. Solo le faltó eso.