VIÑETA 529
Agonía de la
modernidad
Cambiar eso
de “que viene el toro, te quitas tú o te quita el
toro” por el “que viene el toro, NO te quitas tú, quitas al toro”,
fue una revolución.
Quedarse quieto,
esperar, aguantar. Lo demás vino después. Porque las revoluciones que son
tales, triunfan, dominan, avanzan, se estancan y son desplazadas por otras, como
señaló el filósofo norteamericano Thomas Kuhn.
Ya en sitio, gobernar la dirección y altura de la embestida. Poner el cuerpo en la trayectoria. Sincronizar. Mantener el terreno para repetir sin huir, una y otra vez. El pentateuco del toreo moderno: Parar, templar, mandar, cargar la suerte y ligar. Que por consenso historiador iniciaron Romero, Pepe Illo, Costillares y culminó Belmonte. Quién, cuando le gritaron ¡Así no! contestó ¿Y no es así qué se torea? Pues había visto a El Sacristán su ídolo de infancia, de él y de Triana.
Pero este había visto a El Espartero, y este a Desperdicios y este a Pedro Romero. Más de un siglo para imponer el modernismo y otro para sofisticarlo; Chicuelo, Manolete, Ordóñez, Curro y… la nueva revolución.
La del posmodernismo contra el modernismo. La del toreo “anacrónico” de hoy, al de la nueva era. Esta del internet, la inteligencia artificial, la virtualidad y la imagen sobre todas las cosas. Donde el empaque prima sobre el contenido, la apariencia sobre la realidad, la publicidad sobre la percepción. En todo: la información, la política, la industria, la guerra, el arte y hasta la ciencia. Los acontecimientos, los candidatos, las mercancías, los héroes, las obras, el progreso…, no son como son, si no como los pintan.
Y para
estar a tono y sobre seguro, en vez de torear, simular. Representarlo, describirlo,
comentarlo y venderlo por pureza. El
toro bobo. El parón y la huida. Lo superfluo por canon. Las patillas, el estrafalario
vestir. El estrambote. Las poses. La evocación retórica de los tiempos épicos.
La emoción impostada y prefabricada por la propaganda. La parodia de clasisismo.
La dictadura de la clientela pseudo aficionada (es que con aficionados no se llenan
plazas). La supuesta salvación de la fiesta por la fatuidad. A cambio de no ser,
parecer.
Pero un
momento, respeto, la cosa siempre ha sido paulatina, todavía se sigue muriendo
en el ruedo. Aún saltan fieras, aún hay toreros y enterados.
Uno muy brillante
falleció esta semana. Mi querido colega Fernando Claramunt, con quien algún día
de San Isidro, hace años, en la sala Cossío de Las Ventas, alternamos conferencias.
No tuve más consuelo que releerlo en silencio. Al azar, tomé: “Toreros de la generación
del 98”, me hundí en él, y una cosa llevó a la otra…
1894: Ocho caballos llevaba el coche de “El Espartero” (…)
1894: Ocho caballos llevaba el coche de “El Espartero” (…)
Revolución, es la palabra mágica
en la época… Era un intuitivo precursor de Antonio Montes, “carne de pitón”, y
de Juan Belmonte, tantas veces corneado por pisar terrenos del toro… Desperdicios
le llamó a su casa y le regaló un estoque como muestra de aprecio y admiración.
(Él, que no
admiraba a nadie).
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