Porqué posar en los carteles casi desnudo y/o pintarrajeado. Porque
disfrazarse para ir por la calle. Porqué buscar el escándalo mediático. Porqué hacer
el paseíllo con un puro en la boca. Porqué salir cargado de la plaza muerto de
la risa con el capote sobre los hombros como el manto de una “Dolorosa”. Porqué
lancear sin ton ni son. Porqué dar brincos y piruetas tras banderillear, a toro
pasado. Porqué quitarse las zapatillas cuando el piso está seco. Porque hacer incongruentes
alborotos de capa. Porqué torear sentado en una silla. Porqué hacer desplantes a
toro rendido y fuera de su alcance. Porqué andar por el ruedo de rodillas cómo un
penitente. Porqué oficiar el tercio supremo (muerte) con la cabeza cubierta
irreverentemente. Porqué igualar a quince metros del toro para estoquear. Porqué
montar fatuas coreografías. Porqué teatralizar el pasado. Porqué feriar la
liturgia. Porqué desvirtuar el rito.... Por necesidad. Porque con el toro de hoy, modelado y amaestrado (genéticamente),
parar, templar, mandar, cargar y pegar y pegar pases parece que no basta para
cautivar al público, para ponerlo a tumulto en las taquillas, para “salvar la
Fiesta”, cómo dicen los mercaderistas. Hay que recurrir a lo inusual, a lo
espectacular, a lo circense. Pero cómo hacerlo sin caer en lo bufo. Aristóteles define la tragedia, (y la corrida lo es), como: “imitación
de una acción elevada y completa de cierta magnitud… qué suscitando compasión y
temor, lleva a cabo la purgación de tales emociones (catarsis)”. Su hermana
la comedia es otra cosa. La contraria. “De lo heroico a lo ridículosolo hay un paso”, escribió
Napoleón al cónsul francés en Varsovia tras su derrota en Rusia (1812), cuando la
prensa europea que lo había deificado le llamaba “enano ridículo ambicioso y
cruel”. Otros con esa misma frase citan a Bolívar, en su contestación al
poema “Canto a Bolívar” (1824) de José
Joaquín Olmedo. Cómo fuere, ambos héroes tenían porqué saberlo. ¿Cuándo se da ese paso? Cuando se entra en la parodia y la impostura. Las llamadas
vanguardias en el arte, por ejemplo, (y el toreo es uno), han sido con
frecuencia juzgadas cómicas, raras, feas, estrambóticas, pero hasta que imponen
su autenticidad, pocas, y llegan otras nuevas a reemplazarlas. El estrafalario Don Quijote, alegoría ética y patética de sempiternos afanes
humanos; trascendencia, justicia, libertad, amor, lealtad, grandeza, belleza…, sostiene
su loca extravagancia con valor y épica consecuencia. Mostrando que la tragicomedia
del existir también puede ser sublime. Pasa en la literatura, en la vida y en el
ruedo.
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