Honor de filósofo
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali septiembre 8 de 2020
Hércules y el toro, cerámica griega 470 AC. Foto: https://commons.wikimedia.org |
En estos días de muerte, bandadas de aves
vuelan en círculo sobre la tauromaquia. Cada vez más cerca, cada vez más ávidas,
cada vez más oportunistas.
Las negras
alas ensombrecen el cielo de los toros en Madrid, México, Lima, Bogotá, Lisboa,
Quito, Barcelona, Cali... Los enrojecidos ojos adivinan una res vieja, debilitada por males
preexistentes, acosada por la pandemia y tirada en el campo. Los hoyos
encima de los corvos picos inhalan cadaverina. Las garras filosas presienten
carne. Las calvas cabezas deliran por jirones de vísceras. La indefensión les excita.
Las hay de
diversa especie; políticos de rango nacional, municipal o veredal; periodistas,
intelectuales, artistas, filósofos, charlatanes, “Infuencers” de variado
alcance. Oportunistas todos, intolerantes todos.
Adeptos
escapan. Reconocidos campeones de la causa, arrojan sin pudor sus armas y corren.
Unos despavoridos, otros con vergonzante disimulo, y no falta quien cambiando
de bandera se revuelve contra lo jurado buscando algún despojo.
En
mi cotidiana revista de prensa encuentro ayer en El Mundo, un insoslayable
artículo de Juan Diego Madueño: El
desencanto de Víctor Gómez Pin: “La tauromaquia ha de medir su abismo".
Que se anuncia como su insistencia en la defensa de la fiesta, lo cual
definitivamente no es. Todo lo contrario.
El
connotado pensador y aficionado catalán, fruidor de aquel toreo próspero que florecía
en su región antes del anatema y contra el cual rompió lanzas, acaba de
publicar: “El honor de los filósofos”. Libro prolijo de 600 páginas, del que
solo he alcanzado a leer el sustancioso prólogo.
Pero
volviendo con sus confesiones a Madueño, de que ya no le interesa la defensa de
la tauromaquia, porque después de haber repetido tantas veces los mismos
argumentos, "me da vergüenza… No voy a repetirlos ni una vez más".
Aduciendo
ahora que desde su posición de viejo izquierdista sesentayochero (Paris, La Sorbona)
rechaza la connivencia taurina con la ultraderecha, “que en ocasiones se
sirve meramente de la tauromaquia como la sangre de un perro famélico sirve a
la garrapata…, que elige a un torero como personaje emblemático” (¿Morante?).
Clama que a su amigo Antonio Ordóñez nunca se le hubiera ocurrido hacer algo
parecido.
Pues
ello incluso ha permitido a un miembro de Unidas-Podemos, llamarla “franquismo
resucitado” y a los aficionados, bárbaros. Como en un lánguido deja vú
lamenta: ¿se da cuenta del peso de sus palabras, de la ofensa profunda…, de
lo que significa tratar a millones de personas como bárbaros?
Pero
concede, “Hay varias causas que la han colocado ahí (a la tauromaquia, en
el abismo)… Una de ellas antropológica… El conocimiento de alto grado... se
ha expandido en imperativo de que la instrumentalización no sólo no debería
afectar a los seres humanos sino que la niega a cualquier ser que sea
susceptible al sufrimiento.”
Concluyendo:
“…Esas dos cosas, el animalismo y la política, hacen muy difícil a los
defensores de la tauromaquia (él ya no lo es) sustraerse de las críticas…
Tiene que saber que es una minoría y debe aceptar el devenir intelectual del
mundo… Cuando
hay un gran peligro hay que tener una gran respuesta. La tauromaquia no la
tiene".
Para
invitar finalmente a digerir la derrota total, de la cual huye, sollozando por
sus recuerdos: “¿Tirarán las estatuas de los toreros? "¿Qué va a pasar
en Ronda? Hay monumentos... No sé si los respetarán”.
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