Matar un dios
Por Jorge Arturo Díaz Reyes. Cali, 24 de abril 2018
A bajamar de la pasada feria sevillana quedan desperdigados diversos recuerdos. Pero tres, por coincidentes pueden retratar el estado actual de la cultura taurina, en una plaza insignia, “meridiano de la historia y el arte de torear”.
Me refiero a las broncas contra el palco por no conceder tres primeras orejas. Una de “Sospechor”, tercero de El Pilar, el miércoles 18, a José Garrido con estocada tendida, desprendida, tarda y avisada. Otra de “Opaco”, segundo de Jandilla, el jueves 19, a El Juli, con estocada caída. La tercera, de “Hechizo” primero de Fuente Ymbro el sábado 21, a Padilla con estocada trasera tendida. Las tres, imperfectas ejecuciones de la suerte suprema.
Debo aclarar que lo digo como testigo que ha seguido las corridas a través de la minuciosa transmisión televisiva de “Toros en directo”, cuyas cámaras lentas y primeros planos permiten precisar. También, que por supuesto considero sagrado el derecho a opinar, exigir y expresarse del público que asiste, paga y sostiene la fiesta. Ni más faltaba. Discuto es el concepto mayoritario de la corrida que parece manifestar lo abroncado en estos casos:
El suponer que la liturgia de la suerte máxima y la colocación del acero son superfluos para el juicio final sobre la faena y su posible premiación.
El creer que una mayoría circunstancial está por encima de los cánones éticos y estéticos, la tradición, el reglamento y la autoridad. El interpretar la ley a gusto del momento.
Discrepo también del pretexto: “aquí vinimos a divertirnos, a pasarla bien y el cliente siempre tiene la razón”. Pues creo que todo lo que se hace con el toro durante la faena tiene como único fin su muerte, ritual, honorable, piadosa, precisa, rápida, indolora y exangüe. Si esto no se logra, lo demás fracasa. Es el acto mayor del culto, sacrificar un “dios”.
Mi aplauso a los valerosos presidentes: Anabel Moreno Muela, Fernando Fernández-Figueroa y Gabriel Fernández Rey.
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