VIÑETA 536
Let it be
Jorge Arturo
Díaz Reyes 24 VI 2024 Mozos en
Pamplona, Fotograma: OneToro Este año el retorno de multitudes a las plazas españolas,
Valencia, Sevilla, Madrid…, ha empezado a levantar ampollas y clamores fúnebres
en los mismos taurinos a disgusto que hasta hace poco anunciaban el acabose por
falta de ellas.
Ahora la profecía es que las allegadas y juveniles masas,
“que desconocen las cuatro reglas de la tauromaquia” (¿solo cuatro?), también
van a matar la fiesta. Por vía de la desnaturalización. “La batalla de la afición está perdida”, tituló hace diez días el
riguroso crítico Antonio Lorca en “El País” de Madrid. ¿Será?
Por supuesto el remozamiento, la popularización, la
vulgarización sí se quiere de la audiencia, multiplicada e internacionalizada
por la televisión, no es inocua. Trae, además de dinero revitalizador del
negocio, preferencias, opiniones, voces, influencias, comportamientos “impropios”.
Pero no es cosa nueva, como tampoco lo es el melindre
que despiertan. Sucedió igual cuando fenómenos como El Guerra, Belmonte,
Manolete, El Cordobés arrastraron cada uno en su tiempo, clientelas masivas y
heterodoxas. Qué también fueron descalificadas y rechazadas por el “purismo” como
anunciadoras de la disolución final.
No hubo tal, como tampoco cuando surgieron otros
“liquidacionismos”…, la excomunión del
papa Pío V, las prohibiciones politiqueras…, o la introducción, de cambios
“inaceptables”: volapié, sorteo, burladeros, petos, rayas del ruedo,
inseminación artificial, selección genética del toro, ayudado, capotes
fosforescentes, disfraces vintage, etc, etc…
Desahucio y sobrevivencia han sido constantes
históricas en el toreo. Y esta vez también. Porque las “preocupantes”
concurrencias actuales lo que prometen no es fin sino futuro. Claro, no puede
ser esa incipiente afición de nuestros nietos, la misma nuestra, como tampoco esta
lo fue de la de nuestros abuelos. Ni aquella de las que a su momento siguieron
a Gallito y Belmonte, Lagartijo y Frascuelo, Chiclanero y Cúchares, Romero y Pepeillo…
Pues, la afición, qué es tradición,
devoción, conocimiento, se transmite mejor por vía del afecto, la costumbre, la
intuición y la razón. Aunque tarde. Es un proceso, cada camada va fraguando la
suya como lo hace con toda su cultura. Espíritu del tiempo. ¿Por qué tener
miedo a las mesnadas novicias que arriban al tendido con su curiosidad,
frescura y desenfado, si nosotros a nuestra lejana vez también los trajimos?
“Los niños usan las palabras, juegan con ellas hasta que atrapan su
significado (…) no existe ninguna razón para que este mecanismo deje de funcionar
en el adulto.” Señala Paul Feyerabend (epistemólogo). De la misma forma se adquiere
y moldea la afición, que al final ninguna es igual aquí que allá, en este o en
aquel, a los veinte o a los ochenta.
Sí, verdad, los no iniciados, tienden a ser alharacosos,
frívolos, triunfalistas, ingenuos, orejeros, a no diferenciar cal y arena, a imponer
su ruidosa cantidad, a diluir las rancias idiosincrasias y desafiar
chovinismos. Pero paciencia, es la edad. Aún es país para viejos. Iniciar en
los misterios, transmitir valores, modular la novel efervescencia, es su tarea,
junto a comentaristas, críticos y presidentes, que no se plieguen a los
desvaríos de las mayorías intonsas o a las conveniencias. Ahí es donde están el
problema y la solución.
Es por ese camino, mejor que por el apague y
vámonos, o por la intolerancia robesperiana del “sin terror la virtud es ineficaz”.
Ya la recién llegada generación madurará, y hará de la fiesta su propia fiesta,
como hará del mundo su propio mundo. Luego tratará con la siguiente.
Mientras tanto, jugar, cometer sus propios errores,
atrapar significados, aprender…, es su derecho y su fatalidad. Let it be.